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Arturo Ruiz

El pintor y el astronauta

A finales del siglo XIX Joaquín Sorolla quiso buscar para sus cuadros algún paraje donde la luz alumbrara el mundo como si fuera nuevo. Después de algunas decepciones -no le gustó Dénia porque su puerto era un enjambre de carruajes, multitudes y buques- llegó a la más sosegada Xàbia, que le cautivó: «Es el lugar que siempre soñé, mar y montaña, pero qué mar». El resultado, un milagro: perpetuar los rostros de mujeres y hombres que habitaron, curraron y murieron en Xàbia hace más de un siglo envueltos en las mismas tonalidades con las que el sol y el mar les alumbraba ese preciso día en que el pintor componía cada uno de sus lienzos, que ahora por cierto se expondrán en la National Gallery de Londres. No todos los lugares tienen la suerte de dejarle a la eternidad el momento exacto en el que fueron más bellos que nunca. Por cierto, que Xàbia no ha perdido toda esa esencia. Es verdad que en las últimas décadas experimentó como cualquier otra latitud del litoral una fiebre urbanística sin tregua; y que hace pocos años, un blog publicó una comparativa entre los paisajes de los cuadros de Sorolla y las fotografías contemporáneas de esos mismos lugares con los resultados desalentadores que pueden adivinarse: bungalows donde el artista vio aire y arena. Pero Xàbia sigue muy bonita y por eso muchas personalidades la han elegido para veranear. Y esa excusa, la de tener un ministro con chalé allí, bastó primero al PP para colocar de número uno al Congreso por Alicante a José Manuel García-Margallo y ahora al PSOE a Pedro Duque. Una frivolidad: desvirtúa el sistema electoral basado en las circunscripciones por el que se supone que a Madrid debe ir gente que sepa de las necesidades de cada territorio. Y no sé qué sabrá Duque de Alicante y de Xàbia más allá de haber adquirido en esa última localidad una lustrosa -y controvertida- casa para pasar allí alguna temporada. No parece demasiado bagaje. Es verdad que a Sorolla le bastó un puñado de horas a lo largo de treinta años para pintar cuadros que hoy conquistan Londres. Pero no todos somos Sorolla. Ni aún siendo ministro y astronauta.

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