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Comunismo, ayer y hoy

El renovado uso de la palabra

En este pequeño artículo quiero hacer un comentario relativo al renovado uso de la palabra "comunismo" como arma arrojadiza entre enemigos políticos. Se propone también una idea de qué puede significar hoy por hoy ser comunista. ¿Tiene sentido que se acuse de comunistas a partidos como Podemos, o partidos secesionistas llamados de izquierda? El único sentido que puede tener esta acusación tiene que ver con su posible disposición hacia el secesionismo. La razón por la que esto es así es la misma por la que el comunismo decimonónico no tiene absolutamente nada que hacer, y nada que ver, con el actual concepto de comunismo en el contexto de una sociedad como la española entendida como un sistema democrático sostenido por el principio de la soberanía nacional. El comunismo original es un movimiento político revolucionario que, apoyándose en la doctrina marxista de la lucha de clases, pretende la imposición de la dictadura del proletariado como medio para la emancipación de los hombres y la eliminación definitiva y en última instancia de todo Estado posible. Ahora bien, esa dictadura la regenta el Partido Comunista, que es el "único" partido posible dentro de ese sistema. Y, como la emancipación definitiva de la Humanidad resulta ser una aspiración metafísica impracticable, la dictadura del proletariado deja de ser un medio y se manifiesta como el verdadero fin de la revolución comunista. Si el Partido Comunista necesita llevar adelante un proceso revolucionario no es sólo para hacerse coyunturalmente con el poder, sino para abrogarse la propia soberanía de la nación. Como en esas circunstancias la soberanía residiría en el Partido Comunista, la lucha de clases como tal "desaparece", y se transforma en un programa práctico de reeducación y emancipación para todo el conjunto de individuos que están fuera del partido (las luchas pueden darse, sin duda, en el seno del partido, pero se les llama "purgas"). No es sólo un error histórico todo el entramado de campos de trabajo que desarrolló la Unión Soviética. Es como el modelo del Antiguo Régimen en su forma ilustrada, si se quiere, en la que la soberanía residía en el Rey, o en la aristocracia por él liderada, mientras el pueblo recibía con abnegado sometimiento las leyes más luminosas. Igualmente, el Partido Comunista, liderado por hombres que han sabido superar la conciencia alienada de clase, detenta la soberanía que tutela el largo proceso de la emancipación de toda la sociedad. Por eso preguntaba Lenin: "¿Libertad, para qué?". El fin es el medio por el que la revolución consolida sus medios como fines. Sólo con la superación del llamado Antiguo Régimen pudo desplegarse el proceso de lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Ese conflicto generado por el hecho de que la realeza pierde la soberanía, es decir, la propiedad absoluta de tierras, bienes y personas, fue resolviéndose de diversos modos según las circunstancias particulares de cada nación histórica. Rusia no pudo aprovechar la coyuntura provocada por su victoria contra Napoleón porque el Zar lideraba la resistencia al invasor. Sin embargo, en España, donde el Rey se había pasado al enemigo, quedó en manos de los españoles la defensa de su tierra, dando lugar a uno de los procesos más genuinos de conformación de la soberanía nacional. Una vez reconocida en la Constitución de 1812, la soberanía pudo volver a perderse, pero siempre ya como una usurpación indebida y reparable. En Rusia, el fin del antiguo régimen trajo consigo una débil revolución burguesa (la de Kerenski) e inmediatamente la revolución de octubre, en la que se consuma la apropiación de la soberanía por parte del Partido, lo cual explica muchas de las tensiones que hubieron de sofocarse a golpe de látigo en aquellos momentos con grupos que han pasado a la historia como muy radicales, pero que no estaban dispuestos a que la soberanía recayera ahora en los bolcheviques. Y tampoco pudo la URSS desarrollar su bien merecida soberanía nacional soviética con la victoria en la que ellos llaman con acierto "la Gran Guerra Patria", precisamente porque el modelo político creado por la usurpación de la soberanía por parte del Partido Comunista lo hacía imposible; y ese es el principal lamento de disidentes, como Alexander Zinoviev, que no pretendían destruir la URSS sino convertirla en una nación soberana precisamente limitando el poder del partido comunista. La lucha de clases es, en definitiva, una lucha por la soberanía y, por lo tanto, sólo puede darse en el seno de una nación históricamente consolidada. En la medida en que se canaliza a través de los partidos políticos, sólo cristaliza por decantación, como soberanía nacional, cuando ningún partido es capaz de imponer su particular dictadura, es decir, cuando la tensión de fuerzas puede al menos llegar a bloquear entre sí esas aspiraciones. Este es el fundamento de cualquier sociedad democrática como la nuestra. Los partidos pueden negociar la gestión de la soberanía pero no apropiársela, que es lo que hoy consideramos incurrir en corrupción. Los proletarios soldados de los ejércitos en las guerras mundiales fueron, como los españoles de la guerra de independencia, ante todo, defensores de su tierra. En la Guerra Civil española, aunque se pulverizó la soberanía nacional, ninguno de los bandos renunció a España, salvo los secesionistas traidores al gobierno republicano. Hasta el punto de que el presidente de la República, don Juan Negrín, llegó a decir: "Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables". Muchos anarquistas consideraban la guerra civil como otra guerra de independencia, por ejemplo. Los únicos partidos que atentan hoy en España contra la soberanía nacional siguen siendo los partidos secesionistas y, aunque se llamen "republicanos", nada hay en ellos de aquellas viejas aspiraciones, sino las mismas por las cuales estos partidos secesionistas traicionaron a la República cuando pudieron. Su objetivo político es apropiarse de un territorio en el que viven millones de españoles. La lucha de clases se manifiesta como conflicto entre una clase burguesa en la vanguardia del secesionismo y un proletariado claramente español, con todos los adjetivos que Pujol y Torra, entre otros, les han dedicado. Pero la lucha de clases inevitable sólo es gestionable desde la soberanía nacional común. Cuando los partidos de izquierda apoyan el secesionismo no están defendiendo la apropiación por parte de un partido de la soberanía de Cataluña o el País Vasco, sino de toda la nación española, porque sólo así pueden hacerse con la propiedad de la parte del territorio que ellos aspiran a dominar bajo un régimen que, como en la URSS, sólo podrá estar gestionado por partidos de la misma ideología secesionista. No caben partidos no secesionistas. Y los millones de españoles que no son independentistas, alienados por la ideología franquista españolista retrógrada, y marcados por arrastrar su vida sin "lazos" amarillos, deberán poco a poco ser reprogramados -emancipados-, y convertidos a la causa, o purgados; para lo cual siempre es interesante que se utilice un idioma particular y un aparato de propaganda que, aunque sea una basura, repita hasta la saciedad aquella asquerosa sentencia goebbelsiana: si la mentira se repite suficientes veces, acaba siendo verdad. Paradójicamente, los partidos que actualmente defienden y apoyan la apropiación de la soberanía nacional por parte de una minoría actúan como los partidos comunistas revolucionarios que en el siglo XX pretendieron cancelar la lucha de clases mediante una dictadura del proletariado en la que la soberanía residiría en el Partido, aunque coreaban la Internacional. Ahora bien, ¿qué comunismo cabe en el siglo XXI en una España en la que la soberanía nacional ya no es negociable y, por tanto, la dictadura del proletariado o del nacionalismo secesionista es imposible? A mi modo de ver, el comunismo del siglo XXI debe concentrarse en el estudio y la defensa de aquellos factores (basales, corticales, conjuntivos) que contribuyen a consolidar la soberanía nacional, la igualdad de oportunidades y la justicia social en la dialéctica de Estados.

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