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Gerardo Muñoz

Momentos de Alicante

Gerardo Muñoz

Noche de carnaval

Pasaban unos minutos de las diez de la noche del martes 21 de febrero de 1909 cuando los agentes del cuerpo de vigilancia Luis Esquembre Torrent y Agustín Quiles Ballester, en servicio de ronda, pasaron por delante de la casa que, en la calle San Fernando, el comerciante francés René Bardín había ordenado construir ocho años antes al arquitecto Enrique Sánchez Sedeño.

Bardín se había casado con la viuda alicantina Rosario Mas, quien tenía una hija, Charito. Esta noche, los tres ejercían de anfitriones en una fiesta de disfraces que rememoraría entre las familias alicantinas más distinguidas aquellas otras que se celebraban años atrás, tan celebradas por su suntuosidad.

Los salones del palacete de Bardín empezaron a llenarse a las diez de la noche con jóvenes ataviados con originales trajes, acompañados muchos de ellos por sus padres. Era la flor y nata de la sociedad alicantina, pues no faltaron los señores de Guardiola, Aznar, Bono, Campos, Poulin, Díaz Moreu, Manero, Bernácer, Altolaguirre, Seguí, Llorca, Frías, Costa, Curt... Los jóvenes Juan Llorca y Vicente Pérez Andréu vestían trajes de clown, Daniel Alarcón de niño, Federico Parreño de Polichinela, Emilio Pobil de Mefistófeles, mientras que su hermano Juan se había disfrazado de mosquetero.

Las muchachas, más imaginativas, vestían de charras (Elisa Alarcón y María Campos), de alsacianas (Matilde Llorca y Carmen Pillet), de aldeanas romanas (Piedad Guardiola y Paulina Campos), de pescadora (María Luisa Espinosa), de mariposa (Modesta Pérez)... La hija de los anfitriones, Charito, lucía un elegante traje de seda azul de Tosca, tocada con un airoso sombrero. Pero la joven que lograba la admiración general por su originalidad era Pepita Gutiérrez, no solo por su traje de zíngara, sino por el oso blanco que bailaba al compás de su pandereta y los dos pequeños titís que se revolvían en su cabellera. Conjeturar sobre la identidad de quien hacía de oso fue una de las principales diversiones de la noche en las tertulias que se organizaron alrededor del billar y en el «fumoir» o sala de fumadores.

Los policías Esquembre y Quiles vieron a su superior, el inspector Esteban del Valle, entrando en la casa de los Bardín. Vestía bajo el abrigo un elegante esmoquin. También él los vio y saludó con una sonrisa y un gesto de su mano, mientras franqueaba la puerta. Dentro le esperaba la música de Rodes, pianista del Casino, que amenizó la velada y dio ritmo al baile con sus valses, rigodones y lanceros.

A las tres de la madrugada se sirvió en la casa de los Bardín una espléndida cena, reanudándose después el baile hasta las cuatro, en que terminó la fiesta. Entre medias, Charito hizo honor a su disfraz cantando dos romanzas de la Tosca de Puccini. Pero todo esto se lo perdió el inspector Del Valle porque pocos minutos después de la medianoche le llegó un aviso urgente para que se personara en la comisaría. ¿Qué había sucedido?

De la comedia a la tragedia

Pasaban unos minutos de las once de la noche cuando los policías Esquembre y Quiles fueron avisados por Francisco Ferrer Blasco, alias «Mistero», porque había varios borrachos que no querían salir de su taberna, situada en Álvarez 39.

Dentro del establecimiento, los agentes encontraron, además de la esposa del Mistero y su cuñada, Concepción Cortés, a cuatro individuos que estaban bastante bebidos. Los cachearon y a uno, apodado «el Tendre», le dijeron que se fuera a casa porque estaba totalmente beodo. Pero en esto entró José Guardiola Álamo, alias «Pepín», disfrazado con una túnica de penitente, la cara tiznada y embriagado, quien se encaró con los agentes, gritándoles que dejaran en paz al Tendre. La discusión subió de tono. Pepín se mostró desafiante e insultó a los policías, sobre todo a Esquembre, que le zarandeó y trató de detenerle, pero huyó corriendo. Salió de la taberna, cruzó la calle y se metió en la casa del número 36, cerrando el portal.

El edificio constaba de tres plantas. En los pisos superiores vivían prostitutas. En el segundo compartía habitación Pepín con su amante «la Calamara».

El guardia nocturno Amando Fernández Serrano acudió al oír los gritos de los policías, que golpeaban la puerta instando al Pepín a entregarse. No tenía la llave del portal, pero le cedió su bastón a Esquembre, que siguió golpeando con él la puerta. Entretanto, temiendo que alguna vecina permitiese a los policías el acceso al edificio, Pepín subió hasta la azotea, asomándose para ver lo que sucedía en la calle. Encontró allí arriba una loseta de granito, con la forma y el tamaño de un adoquín, de una arroba de peso, con la que Gerónima Botella, la propietaria del piso que la Calamara y él tenían alquilado, utilizaba para encordar sillas. La cogió y la arrojó a la calle justo cuando Esquembre se separaba del portal, cayéndole sobre la cabeza. Al ver cómo el policía se desplomaba en el suelo, asustado, Pepín corrió hasta el terrado de la casa vecina y desde allí bajó a la travesía de la calle de San Bartolomé.

Esquembre fue conducido por el guardia nocturno y varios vecinos a la Casa de Socorro, donde el médico de guardia, Francisco Albero, al comprobar la gravedad de las heridas, con probable fractura del cráneo, ordenó su inmediato traslado al hospital.

Mientras tanto, se llevó a cabo el registro del edificio situado en Álvarez 36, comprobándose que Pepín se había fugado. El inspector Esteban del Valle, ya en comisaría, se puso al mando de la operación de búsqueda y captura de José Guardiola Álamo, de 27 años, soltero, jornalero, un sujeto de pésimos antecedentes, a quien ya habían procesado anteriormente cinco veces por el mismo delito de atentado a la autoridad, aunque nunca con resultado de muerte. Se telegrafió a los pueblos vecinos advirtiendo de su fuga.

Pasaba la medianoche cuando el policía Vicente Ors Reig consiguió una confidencia de la Calamara: Pepín debía de haberse ido a Agost.

Por disposición del juez y del gobernador civil, a las 2:30 los agentes de vigilancia Vicente Ors y José Navarro, acompañados por los guardias de seguridad Vicente Beneito y Claudio Fernández, partieron en un coche hacia Agost. En San Vicente se les unieron varios guardias civiles de infantería y caballería.

Eran las ocho de la mañana del miércoles 22 cuando, acompañados por el guardia municipal de Agost Tomás Ferrer, y mientras los guardias civiles vigilaban los alrededores, Ors y sus compañeros detuvieron a Pepín en la casa de su madre de leche (Fuera 44), Encarnación Martínez Pérez, quien no sabía nada de lo que había sucedido en Alicante. Lo encontraron durmiendo en una habitación del piso superior y no ofreció resistencia.

Ors declaró que, tras su captura, Pepín confesó ser el autor del atentado contra Esquembre. Confesión que reiteró ante el juez de instrucción una vez fue llevado de regreso a Alicante. Ingresó en la cárcel a las doce y media de la mañana. Media hora más tarde, Luis Esquembre falleció en el hospital, sin haber recobrado el sentido. Antes de ser policía había sido maestro, dirigiendo una escuela en el barrio de San Antón. Estaba casado y tenía un hijo pequeño.

El 27 de noviembre, Pepín fue condenado por un tribunal de la Audiencia Provincial a la pena de 17 años, 4 meses y un día por el delito de asesinato, y a la pena de 4 años, 2 meses y un día por el delito de atentado, además del pago de 5000 pesetas de indemnización para la viuda. El tribunal no apreció atenuante de embriaguez, «puesto que ésta ha sido probado que era habitual en el procesado», pero sí la alegada por la defensa «de no haber tenido intención de causar un mal de tanta gravedad».

www.gerardomunoz.com

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