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Jorge Fauró

Políticos de ayer y de hoy

Quiere la Historia que este año debamos acudir al colegio electoral dos veces en un mes en una etapa de España en la que los astros parecen haberse conjurado para ponernos delante a la peor clase política de la democracia. Hay excepciones: dados los antecedentes más recientes en la jefatura del Consell, Puig, Oltra y Bonig parecen la Conferencia de Yalta. Dos convocatorias, cinco urnas (Congreso, Senado, Cortes Valencianas, ayuntamientos y Parlamento Europeo), con sus cinco respectivos candidatos, más sus acompañantes, otras tantas campañas electorales, la colla de asesores, las televisiones, las emisoras, los periódicos, internet, García Ferreras, los tertulianos martilleando de seis de la mañana hasta la medianoche, las redes sociales, los community manager, los debates a pie de barra de bar, los trolls, Cataluña, el cuñado y la madre que los parió a todos. La doble cita electoral y esa sensación de que pasamos más tiempo escuchando a Pablo Casado que a nuestras parejas, sería apasionante si el plantel de candidatos tuviera la mitad de nivel que aquellos representantes nuestros de la Transición. Pongan en un lado a Adolfo Suárez, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Felipe González o Miquel Roca y en otro a Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera o Pablo Iglesias. Ni de lejos. Hasta la ultraderecha de entonces liderada por Blas Piñar exhibía orgullosa su ubicación en el mapa político, no como ahora, que está encabezada por un tipo a caballo cuya principal preocupación son los homosexuales y que no se llame a los maltratadores por su nombre, no vaya a molestarse algún asesino, pero no les llamemos ultras porque ellos son otra cosa, dicen. Que echemos en falta a quienes nos representaban en la fase más difícil de la historia reciente de España dice poco de estos que, queramos o no, se nos van a colar en casa hasta el 26 de mayo. Por no quedar, no queda ningún partido de ámbito nacional de los de entonces que concurra a elecciones, salvo el PSOE, y aquel partido socialista era el de los 100 años de honradez, no el del líder que lo primero que hace al llegar a Moncloa es cambiar el menaje y lo cuenta en un libro. Con un par. Tengamos paciencia y convenzámonos de que nosotros sí somos ahora mejores que entonces.

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