Cómo me gustó el homenaje que hace unos días hizo el presidente del Gobierno de España a la figura de Manuel Azaña, último presidente de la República Española, y a Antonio Machado, uno de nuestros mejores poetas que por sí solo representó el drama del exilio español tras la Guerra Civil española. Como sabe el lector se encuentran enterrados en las localidades francesas de Montauban y Colliure. La presencia de Pedro Sánchez respondió a esa necesidad de agradecimiento y reconocimiento que la sociedad española tenía pendiente de realizar de una manera explícita a los cerca de 400.000 españoles que tuvieron -y pudieron- que exiliarse tras el fin de la guerra tras luchar contra un fascismo y nazismo que se cernía sobre Europa con España como primer campo de operaciones. Un necesario homenaje de agradecimiento que pretende ser un punto final al olvido a que fueron sometidos los exiliados y al mismo tiempo una muestra de verdad, es decir, el recuerdo de que su lucha fue justa e imprescindible para crear la sociedad democrática que disfrutamos hoy en día.

Resulta sorprendente que a estas alturas de nuestra democracia ningún presidente español anterior a Pedro Sánchez hubiese hecho el necesario homenaje que Manuel Azaña se merecía dado que su persona, lo que representó y lo que significó, resumió la dignidad de un pueblo que se negó a plegarse a los intereses de la oligarquía caciquil, la jerarquía católica y el intento del ejército de decidir el sistema político de nuestro país. Los motivos de esta falta del debido reconocimiento a Manuel Azaña a pesar de la importancia que tuvo en la defensa de la democracia debe entenderse por el latente sentimiento de culpa que la derecha española actual, es decir, los descendientes de aquellos que o bien se aprovecharon de los vencidos y de los exiliados de nuestra guerra arrebatándoles sus bienes, su dinero o sus plazas de funcionarios, o bien apoyaron el régimen franquista, sigue teniendo con todo aquello que recuerde a la República española. Se ha querido construir en los últimos años un discurso anti republicano inventándose para ello divertidas historietas que pretenden denigrar la Segunda República española mediante la utilización de la mentira en la redacción de libros de historia y la tergiversación del sistema democrático anterior a nuestra actual democracia. Pero la realidad es que con la llegada de la democracia en 1931 a España se quiso consolidar un sistema de libertades y derechos fundamentales que no pudo volver a instaurarse hasta la Constitución de 1978.

De todos los motivos que podrían enumerarse como causantes del golpe de Estado de 1936 vamos a fijarnos en dos. En primer lugar, en el hecho de que con la llegada de la República y la Constitución de 1931 la mujer comenzase a desprenderse del feroz sistema machista que por entonces imperaba en España. Por influjo de otros países europeos y gracias a su capacidad intelectual muchas de ellas destacaron en el ámbito de la cultura, la medicina y la universidad, a lo que se añadió la ley del divorcio de 1932 o las bodas civiles. Esta autonomía de la mujer fue firmemente rechazada por el sector conservador ultracatólico que creía ver en la tradición católica y en una jerarquía social clasista la forma de ser de la esencia española. En segundo lugar, nos encontramos con una Iglesia Católica que ayudó y animó a que se produjera el golpe de Estado como consecuencia de la separación Iglesia-Estado que los gobiernos de centro izquierda dirigidos por Manuel Azaña llevaron a cabo tomando como ejemplo países europeos como Francia.

Durante la dictadura franquista se creó el mito de que aquellos que no apoyaban la dictadura franquista eran los «antiespañoles». Otro intento más de dividir a los españoles en dos bandos. Los exiliados vieron sus bienes confiscados como botín de guerra muriendo la mayoría de ellos lejos de un país que en caso de haber podido regresar no hubiesen reconocido. Le pasó a Max Aub cuando a principios de los años 70 visitó España durante unos días, viaje que recogió en su libro La gallina ciega (1971). El país que había dejado en 1939 camino del exilio había desaparecido. No me refiero al devastado por la guerra sino al de los años de la República cuando la cultura y los aires de libertad marcaron un antes y un después en nuestra historia.

Durante nuestra guerra el bando republicano suscitó el apoyo de medio mundo. A pesar de la cobardía de los gobiernos de Londres y de París que creyeron que no ayudando a la República conseguirían apaciguar a Hitler, decenas de periodistas extranjeros vinieron a España a contar la verdad de un pueblo que luchaba por la libertad. Una de aquellas periodistas fue la norteamericana Martha Gellhorn que, en su diario personal, cuando faltaban pocas semanas para el fin de la guerra, escribió: «Los buenos existen como existen las montañas, y poseen su misma belleza, y siempre que los buenos sigan existiendo valdrá la pena vivir y estar a su lado».

Punto final.