Sabemos que los cambios sociales son lentos, en ocasiones demasiado lentos, pero la ralentización del proceso no es sinónimo de éxito. Los grupos sociales buscan de forma desesperada un camino que los conduzca a la ansiada y deseada felicidad en todas y cada una de sus facetas, pero ese afán tampoco es un seguro para el éxito. Las opciones para conseguir triunfos sociales se asemejan a un embudo, donde se comienzan grandes acciones y se termina en un estrecho pasillo de despropósitos.

En un sistema capitalista se fomenta el consumo exacerbado que mantiene activa la sobreproducción. Lo podemos ver en infinidad de productos de consumo que antes de amortizarlos ya tienen sustitutos ampliados y mejorados. Un ejemplo prototipo puede ser el móvil que en relativamente pocos años ha pasado de ser una forma de comunicación verbal a todo un paraíso de posibilidades virtuales. Pero la satisfacción de adquirir un «smartphone» de última generación te puede durar dos telediarios, tras los cuales tienes un nuevo aparato con un sinfín de mejoras que dejan el tuyo obsoleto y tú no has llegado ni a quitar el plástico que protege la pantalla.

La escalada de novedades es tan abrumadora que la decisión de adquirir un producto se convierte en un verdadero quebradero de cabeza, y una vez que te decides, tras muchas dudas, preguntas y consejos, de inmediato te sientes insatisfecho. Esta forma de insatisfacción no sería tan frustrante si únicamente estuviera referida a cosas o productos de consumo, el verdadero problema se configura cuando se pasa de lo material a lo inmaterial.

Nos encandilamos con una nueva relación que promete una amplia y duradera felicidad y, de la noche a la mañana, comprobamos que somos incompatibles, que aquello que nos unía es fuente de conflicto y aquello que nos separaba se hace un abismo. Llega la ruptura, la frustración del fracaso y el desvanecimiento de las ilusiones que habíamos depositado en lo que se convierte en falsa expectativa. Este argumento no se circunscribe solamente a una pareja, que es lo que parece, va mucho más lejos. Puede abarcar a la ideología política, a las creencias religiosas o al propio trabajo que estamos ejerciendo.

Parece que en los últimos tiempos, después de los espejismos de progresismos enlatados, volvemos a una realidad mucho más aciaga de lo que se nos prometía. Se acciona el embudo y acabamos en un angosto tubo de inconveniencias. La desilusión por el fracaso nos hace vulnerables y damos giros inesperados a los extremos para intentar amortiguar el desagrado. Nadie lo entiende, pero la sociedad está insatisfecha.