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Joaquín Rábago

Qué hacer con los restos del dictador

Hace ya tiempo que está uno harto del absurdo sainete en que se han convertido los esfuerzos del Gobierno socialista de exhumar los restos del dictador Francisco Franco.

La Iglesia católica y romana, la del Concordato, la que sigue sin pagar aquí el IBI que le corresponde, ha vuelto a hacer lo acostumbrado: lavarse las manos como Poncio Pilatos.

¿Cómo iba a actuar de otro modo la Iglesia que llevó tantos años bajo palio al Generalísimo y algunos de cuyos jerarcas le saludaban brazo en alto como atestiguan tantas fotos de la época?

El Vaticano tiene además en este momento mayores problemas de los que ocuparse como son los escándalos de abuso sexual de menores, y no sólo de menores, que le han estallado en todo el mundo.

Ha dicho algún paladín de nuestra derecha que es hora de que nos olvidemos ya de la "guerra del abuelo", y ojalá fuera todo tan fácil como a él y a los suyos parece resultarles.

Franco murió entubado en su cama hace ya casi medio siglo, pero cuarenta años de dictadura dejan profundas secuelas en las mentes y no se olvidan así como así.

Siguen además por ahí sus enriquecidos descendientes, algunos de ellos presumiendo de los títulos nobiliarios, incluso con grandeza de España, que les concedió el agradecido Rey emérito.

No sé cuánto puede durar todavía el valleinclanesco esperpento de la exhumación del Caudillo, ni si lograremos a ver algún día el traslado a un lugar mucho más discreto de su embalsamado cadáver.

Pero en vista de lo difícil que se lo han puesto a un gobierno democrático la familia del dictador y los monjes de la basílica , ¿no sería acaso más fácil dejar el cadáver donde está y explicar a quienes visiten Cuelgamuros lo que significó aquel régimen?

Un buen ejemplo de lo que podría hacerse lo tenemos, por ejemplo, en Alemania, donde sería totalmente imposible un monumento a la infamia como ése.

Lo mismo en Berlín que en otras ciudades de aquel país, no hay edificio que haya tenido algo que ver con el nacionalsocialismo en el que no aparezca bien visible alguna placa donde se expliquen con todo detalle los crímenes cometidos por aquel régimen.

Eso valdría tanto para el llamado Valle de los Caídos como para muchos otros lugares relacionados con los aspectos más siniestros del franquismo, como puede ser la sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, cuyos sótanos deben de conservar aún los ecos de todos los allí torturados.

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