Nativo del fútbol de los 70, al echar la vista atrás, mi yo cabal me jura y perjura que, desde entonces, hemos avanzado para bien en todos los aspectos del deporte rey. Sin embargo, cada domingo en el estadio siento más nostalgia. Será la edad. En estos tiempos de minipartidos, automatismos y «speakers» hiperventilados, echo de menos aquellos pequeños detalles de las tardes de fútbol de antaño. Los transistores a todo trapo camino del estadio, las muescas en el abono, el marcador simultáneo con sus puntos y flechas de colores, el «¡hayan pipas!» del pipero trajinando por las gradas, el olor a puro barato y a porro caro de Ketama a pleno pulmón, las avalanchas enloquecidas tras el gol, los delanteros encaramados a la valla con los ojos desorbitados, los llenos hasta la bandera donde ni se vislumbraban las escaleras, el ritmo cansino de la Peña del Bombo, las banderas de Las Banderas, los «curicas» en la azotea del obispado viendo como Dios el partido, y hasta aquel cartelón publicitario que clamaba a los cuatro vientos en lo alto de la grada Tejero: «Los goles en la red y las obras con Ecisa». Amén.

Extraño como el primer beso aquellas salidas al campo, ahora políticamente incorrectas, donde primero aparecían «ellos», recibidos como viles secuestradores y violadores de niños por el mero hecho de tener la osadía de presentarse en nuestro estadio; para a continuación, llegar al paroxismo absoluto con la aparición de los «nuestros», agasajados como corresponde en pie, con miles de papelitos al viento y mascletá suicida desde la grada. Queridos niños, dejad el puto Fortnite de una vez y escuchad: hubo un tiempo en el que el Rico Pérez olía a pólvora y hierba recién cortada. En plan, os lo juro.

Incluso confieso rememorar a aquellos históricos dirigentes que poblaron el fútbol español: José Luis Núñez, Ramón Mendoza, Jesús Gil, Lendoiro, Lopera... Aquellos truenos vestidos de nazarenos, cuyos nombres quedaban de por vida asociados al nombre del club que dirigían, de igual manera y con la misma intensidad, que sucede con los nombres de los estadios que los acogen. En apenas una generación hemos pasado de Rico Pérez al «no presidente». Odio eterno al fútbol moderno. Pero, por encima de todas las cosas, añoro otear en el descanso la Preferente para buscar tu mirada cómplice. Me duele en el alma saber que nunca más compartiremos otro viaje de pirados siguiendo a la peregrina herculana por esos campos de Dios. Tener la certeza de que jamás nos volveremos a cruzar en el entorno de nuestro estadio me parte el corazón. Te echo de menos, compañero del alma. No hay domingo en el Rico Pérez que no sienta nostalgia de ti. (En memoria de Francisco Javier Marcos Molina 1969 - 2017).