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Al final de la escapada

Similitudes entre Sagasta y Sánchez

Ante la inoperancia del primer gobierno liberal de la Restauración, surgido de las elecciones de 1881, el conservador Silvela afirmó en el Congreso que el presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, cumplía como nadie aquella máxima española de que "en España a nadie le han hecho nada por no hacer nada". Lo cierto es que, pese a contar con una holgada mayoría en las Cortes, fruto en gran parte del trabajo de su fiel ministro de Gobernación, Venancio González, convertido a partir de entonces en el "gran elector" liberal, amañando numerosas elecciones en connivencia con los caciques locales del liberalismo, el prócer riojano fue incapaz de avanzar en un auténtico programa de reformas, ante la imposibilidad de aunar las distintas fracciones o corrientes que el Partido Liberal dinástico tenía en su seno y que lastraron de forma definitiva una eficaz labor de gobierno.

No resulta difícil encontrar grandes similitudes en el modo de entender la política y en el ejercicio del poder, entre el "viejo pastor" riojano y el actual Presidente del Gobierno. Ambos llegaron al gobierno encabezando la fracción más "izquierdista" de sus respectivas organizaciones; Sagasta, como un conspirador revolucionario, mano derecha del general Prim en aquella "Gloriosa" que destronó a la reina Isabel II; y el presidente Sánchez, a lomos de la militancia en unas primarias que barrieron de un plumazo a toda la "vieja guardia" del Partido Socialista. Sin embargo, una vez asentados en la presidencia del gobierno, tanto uno como otro se convirtieron en los principales representantes de la línea más pragmática y posibilista del progresismo hispano. Así, una vez alcanzado el poder, la principal tarea de ambos dirigentes fue mantenerse, a toda costa, en el mismo. Ninguno de los dos lo ha tenido fácil. El prócer liberal tuvo que hacer frente, durante las casi dos décadas que ostentó la jefatura del progresismo dinástico, a las continuas revueltas por parte de los todopoderosos "barones" liberales (Moret, Ruíz Zorrilla, Montero Ríos o el llanisco Posada Herrera), que exigían el mantenimiento de sus cuotas de poder y el correspondiente reparto de prebendas, mientras que Sánchez, aupado al poder a través de una moción de censura por una heterogénea coalición, se vio obligado a contemporizar, un día sí y el otro también, con las fuerzas independentistas, imprescindibles, dada la aritmética parlamentaria, para mantenerse en La Moncloa. Un difícil "encaje de bolillos", que, a la postre, no ha logrado prolongar su agónica presidencia más allá de nueve meses. No resulta extraño, pues, que el ilusionante comienzo de la labor gubernamental en ambos casos, empezara bien pronto a zozobrar, con un programa más voluntarista que factible. No obstante, tengo para mí que, pese a su aparente "izquierdismo", tanto uno como otro, representan, por origen, por talante y por formación, el ala más "templada" del progresismo patrio. Hijos de la clase media, alejados del republicanismo y del obrerismo, el astuto riojano, mullidor del "Pacto del Pardo" y el no menos astuto presidente Sánchez, son más pragmáticos que ideólogos. Conocedores como nadie de las interioridades de sus respectivas organizaciones, supieron, de la mano del "espadón" de Reus el primero y como miembro de los diferentes equipos del ministro Sebastián y del antaño todopoderoso José Blanco el segundo, esperar su oportunidad para hacerse en el momento preciso con las riendas del poder. Una vez obtenido éste, ambos han combinado una escasa voluntad para elaborar grandes arquitecturas doctrinales o minuciosos programas de gobierno, con el ejercicio férreo del poder y la negativa a tolerar la mínima disidencia dentro de sus respectivas organizaciones políticas.

Una vez alcanzado el poder, la principal tarea de ambos dirigentes fue mantenerse, a toda costa, en el mismo

En su soberbia biografía sobre Francesc Cambó, el político, escritor y periodista andaluz Jesús Pabón señala que la principal cuestión debatida en las Cortes durante la primera etapa de la Restauración fue la del proteccionismo y los aranceles a los productos extranjeros, principal caballo de batalla de una burguesía catalana fuertemente proteccionista en lo económico y reaccionaria en lo social. En el debate del Congreso, a grandes rasgos, los conservadores, con Cánovas a la cabeza, eran proteccionistas y los liberales, librecambistas. Sin embargo, el propio Sagasta, consciente de su debilidad y en un intento de ganarse el apoyo del catalanismo parlamentario, osciló entre una y otra postura, rebajando en gran medida las pretensiones del sector más librecambista de su gobierno, representado por el ministro Moret, lo que a la postre originó la división en las filas del liberalismo (con la defección del grupo de Gamazo y los proteccionistas) y la consiguiente derrota en el Senado de la postura gubernamental.

Bien es verdad que, pese a contar con la oposición, en el lado conservador, del malagueño Cánovas del Castillo, gran estadista y uno de las mejores cabezas, junto con Antonio Maura, que ha alumbrado la derecha española en el último siglo, el prócer logroñés fue siete veces presidente del gobierno, y dirigió los destinos del liberalismo constitucional durante casi dos décadas. El Presidente Sánchez, pese a no tener enfrente a semejantes titanes, no ha podido llegar en su vertiginosa huida hacia adelante, mucho más allá de unos escasos meses.

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