Desde los albores de la literatura hasta nuestros días, han sido necesarias generaciones y generaciones para fijar de una forma suficientemente clara las convenciones que establecen la ficción, para permitir que los lectores extraigan el placer de una novela, aunque su argumento sea, a todas luces, falso. Aparcar la incredulidad supone un estadio tardío en la evolución del gusto.

El verdadero problema surge cuando el lector, el público, o los ciudadanos, no sólo saben abstraerse de lo que es falso, sino que comienzan a encontrar cierto placer en que los engañen, en una suerte de inversión de la sed de verdad. Porque una mentira, como una falsa memoria, no es más que una ficción que no acepta que lo es, y eso es lo que convierte a la mentira en algo tan sugestivo; algo que permite al mentiroso y a sus interlocutores ser cómplices en la manipulación misma de la naturaleza de las cosas.

Pero, en la llamada época de la posverdad en la que estamos, tenemos el descaro suficiente para permitirnos distinguir una mentira como tal y, aún así, tratarla como si fuera verdad. Las personas que pueden convertir una mentira en una verdad tienen el poder de conformar la realidad. De este modo, los lectores de una novela conspiran junto al autor de igual forma que los demagogos y sus seguidores están unidos por el intrincado lazo de su culpabilidad compartida.

Queda claro que la ficción literaria es entonces una convención en la que el autor escribe sobre un tema no real para un lector que, aparcando ese hecho, lo disfruta como si realmente lo fuera. Partiendo de esa base, la historia de la literatura nos ha deleitado con grandes obras de ficción y, también, con personajes que, dentro de ese mundo irreal, se han caracterizado por ser grandes mentirosos. Sin ánimo de ser exhaustivo, me gustaría destacar a tres por encima de todos: Satanás, en la Biblia, Próspero, en La tempestad, de William Shakespeare, y Gatsby, en El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald.

Todo el mundo conoce las mentiras atribuidas a Satanás, empezando por la primera y la que, de acuerdo con las escrituras, le costó al hombre la expulsión del paraíso, cuando ofreció a Adán y Eva la posibilidad de «conocer el bien y el mal y ser como dioses». El resto de la historia la conocen todos. Próspero también era otro gran mentiroso, aunque precisamente advertía contra la mentira con estos preciosos versos: «igual que quien hace pecar a su memoria / contra la verdad al creerse sus mentiras / a fuerza de contarlas». Gatsby, por último, además de las mentiras sobre su oscuro pasado, ocultaba algo que puede dar idea del grado superlativo que alcanzaba su falsedad: los preciosos libros que atesoraba en su biblioteca, ni siquiera tenían las páginas cortadas, prueba inequívoca de que jamás había llegado siquiera a abrirlos.

El peligro es que esta posverdad, que circunscrita al mundo de la ficción literaria es inofensiva, ha llegado al mundo de la política, y una gran cantidad de personas se muestran fascinadas ante la falsedad de una promesa porque sienten que quien la pronuncia tiene la facultad de moldear la realidad de acuerdo con aquello que satisfaga sus propias fantasías y los aleje de sus tribulaciones. Por eso, de la misma manera en que un escritor no es realmente un mentiroso, un político que crea una ficción entre sus seguidores, a sabiendas de que jamás será realidad, no es más que un demagogo.

Para que lo comprendan ustedes mejor, aunque estoy seguro de que han entendido perfectamente el argumento que pretendo esgrimir, les voy a poner un ejemplo de candente actualidad: el auditorio que, supuestamente, la Diputación Provincial de Alicante pretende construir en Elche. Permítanme que lo ilustre con varias noticias aparecidas en este mismo diario:

16/06/2018 "? ayer, el cabeza de lista de los populares ( Pablo Ruz ) para las elecciones de mayo del próximo año no quiso perder la oportunidad de ser el primero en comenzar la ronda de promesas (?) con el anuncio de la construcción de un auditorio con capacidad para más de 1.400 personas. Tiene hasta el nombre: Centro de Artes y Cultura de Elche (CACE). Y sitio: el aparcamiento de Candalix."

15/02/2019 « El equipo de gobierno de Elche ha decidido ubicar el auditorio de 1.200 plazas que se ha comprometido a financiar la Diputación de Alicante en (?) el barrio de Carrús, (?). Así lo han anunciado esta mañana el alcalde de Elche, Carlos González , junto a sus socios de gobierno de Compromís y Partido de Elche, Mireia Mollà y Jesús Pareja».

24/09/2009 « El nuevo espacio de cultura para Elche ya conoce cuáles serán sus requisitos técnicos. La edil del área, Ángeles Candela, dio ayer a conocer el pliego de prescripciones técnicas que se exigirá a los proyectos que se presenten al concurso de ideas para la construcción del Auditorio Ciutat d'Elx, que se ubicará en el solar de Jayton en Carrús, y deberá contar con una capacidad mínima de 1.200 plazas».

Imagino que los seguidores de Pablo Ruz se creerán lo que dice. Que los de Carlos González, Mireia Mollà y Jesús Pareja harán lo propio. Pero resulta que Àngels Candela ya prometió lo mismo en el año 2009. Lo más pertinente, quizás, sería ampliar la capacidad del actual Centro de Congresos (existe un proyecto redactado) y ubicar en Carrús el centro sociocultural que se había prometido. Pero, en la era de la posverdad, vende mejor una fantasía irrealizable que una verdad tangible. Una lástima.