El fallecimiento el pasado domingo 17 de febrero de Isidro Buades Ripoll, cronista oficial de Sant Joan d'Alacant, ha provocado en muchas personas un doble sentimiento de orfandad: la pérdida de un amigo entrañable y querido, y la desaparición de un gran conocedor y divulgador de la Huerta de Alicante. Isidro era una buena persona y de ahí el afecto y cariño de tantos y tantos amigos. Sant Joan ha despedido al que ha sido su Cronista durante más de un cuarto de siglo (1992-2019), cierto es, pero la figura de Isidro y su bonhomía no se agotan en este municipio al que él consideraba «la capital de l'Horta». Bien lo saben tantos y tan buenos amigos que cultivó y conservó a lo largo de Mutxamel, el Campello, Alicante y en todas y cada una de las partidas y pedanías de la Huerta. También pueden dar testimonio de ello las muchas personas (investigadores, docentes, estudiantes...) que frecuentaron su casa, -siempre acogedora-, su despacho en el ayuntamiento o, mejor, tuvieron la suerte de gozar de su compañía y sabiduría en un «Passeig per l'Horta» o visitando una antigua «hisenda».

La vida de Isidro no se concibe sin la Huerta y, si me lo permiten, la Huerta de Alicante, para muchos de nosotros, va unida indefectiblemente a la figura irrepetible de Isidro. Para aquellas generaciones que no hemos tenido la dicha de conocer este paisaje en todo su esplendor, y hemos tenido que conformarnos con las pocas migajas que el urbanismo descontrolado y desalmado ha dejado sobre el tapete huertano, el testimonio de Isidro ha sido fundamental. Digo más: en muchos casos la palabra y el recuerdo de Isidro han sido el único medio de conocer algún aspecto de la Huerta que por desaparecido o extinguido, únicamente podía ser ya evocado por alguien que lo conociera bien. Y ahí, en la evocación de la vida cotidiana que transcurría entre brazales, caminos, bancales, torres y haciendas, sus versos, cuentos y «rondalles» -el conjunto de su obra- han sido y son un material de valor inestimable para muchos de nosotros.

Pero ahora, muerto el amigo, apagada su voz y quieta ya su pausada escritura para siempre, toca mirar al futuro. El trabajo de Isidro y su amor por la Huerta no pueden de ningún modo quedar en el olvido. Por respeto a su figura y a su obra desde luego, pero también porque hablamos de un legado que resulta más que necesario para mantener encendida la llama de nuestra identidad. La Huerta de Alicante es un espacio histórico con un pasado impresionante y de gran valor. Un patrimonio alicantino al que no podemos ni debemos renunciar. De nosotros depende su futuro. Bien sabido es por todas las personas que en vida trataron a Isidro que su principal ilusión, desde siempre, fue la de dotar a Sant Joan y a la Huerta de un museo dedicado a la misma. Entre sus carpetas tenía una en la que cuidadosamente había ido guardando todas las noticias aparecidas en las tres últimas décadas sobre la creación de este espacio museográfico. Junto a entrañables amigos como Felisa Giner y Alfredo Amat (este último ya fallecido) y a la Asociación Cultural Lloixa, entre otros, había conseguido reunir un buen número de piezas de indudable valor etnográfico. «I en tinc més aparaulades», solía decir cuando el tema del museo salía a relucir.

Quisiera que estas breves líneas, además de servir de homenaje a Isidro, del que tuve la dicha de ser ayudante pero sobre todo amigo, sirvan también para espolear la conciencia de nuestros responsables políticos. Por favor, ¡no permitan que las piezas amorosamente recogidas por Isidro, de manos de tantas personas, sigan olvidadas en oscuros almacenes! Cumplan con la palabra dada, como los buenos huertanos a los que el «martaver» fiaba el agua al pie de un brazal. Aúnen sus voluntades para que la promesa tantas veces hecha a Isidro de dotar a la Huerta de Alicante de un museo, pase a ser, cuanto antes, una realidad. Dotemos a la huerta de un espacio museográfico de calidad en el que las piezas reunidas por Isidro cumplan con la función para la que fueron donadas: transmitir a las generaciones futuras la sabiduría de nuestro pasado huertano.

Ese será el mejor homenaje que podamos rendir a la memoria de un hombre cuya razón de ser fue difundir con palabras sencillas la historia de la Huerta de Alicante.