Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Momentos de Alicante

Fusilamiento en Tabarca

Amanecía el domingo 11 de noviembre de 1838 cuando un correo desembarcó en el puerto de Alicante, procedente de Valencia. Traía una misiva urgente del segundo cabo del Reino para el comandante general de Alicante.

Marchó el correo con urgencia hasta la comandancia general, encabezada accidentalmente por el coronel Francisco Pérez de Meca, a quien entregó la misiva. Este la leyó en su despacho, en presencia del portador y de su ayudante, a quien preguntó, nada más acabar la lectura, cuándo zarpaba para Valencia el primer barco. El ayudante se dispuso a ir a averiguarlo, pero el coronel le retuvo para ordenarle, además, que avisara a un amanuense y al capitán Arques. Luego salieron de la estancia ayudante y correo, dejando solo al pensativo coronel.

Tardó apenas un minuto el amanuense de guardia en pedir permiso para entrar en el despacho del comandante general. Este le señaló la butaca que había junto a la mesa auxiliar sobre la que estaba el recado de escribir, esperó a que tomara asiento, desplegara un pliego en blanco y empuñara el cálamo, para dictarle sin interrupción una carta dirigida al remitente de la misiva recién recibida, en la que informaba de la ejecución de la orden transmitida.

Finalizaba el coronel su dictado cuando pidió permiso para entrar en la estancia un oficial de la Milicia. Pérez de Meca autorizó su ingreso, al mismo tiempo que el escribano se incorporaba de la butaca, creyendo que había finalizado su misión, pero aquel le retuvo con un gesto y volvió a sentarse.

El capitán Arques se cuadró delante de su superior, quien le entregó la misiva recibida. A pesar de su juventud, el coronel confiaba en Arques porque era un hombre de carácter firme y resuelto, de contrastadas convicciones liberales. Debía marchar incontinenti a la isla de Tabarca con una decena de milicianos de su compañía, para realizar con urgencia lo que en aquella misiva se ordenaba, la cual llevaría para exhibirla en el caso de que se presentaran reticencias. Era muy importante verificar la misión con la mayor rapidez posible, insistió el coronel, y regresar luego con prontitud para informarle y devolverle la misiva. Arques saludó marcialmente y salió con paso decidido de la estancia.

El coronel permaneció de pie y en silencio durante un instante, mirando la puerta cerrada por la que había salido el capitán Arques. Después suspiró y se volvió hacia el amanuense, para dictarle un bando.

Media hora más tarde, el escribano de la Comandancia General se hallaba en el número 10 de la plaza del Mar, en la imprenta de Nicolás Carratalá, encargando a este la impresión urgente del bando que llevaba escrito en un pliego, firmado por el coronel Pérez de Meca. Tenía un plazo muy breve de tiempo para imprimir un centenar de ejemplares.

Mientras Carratalá y sus operarios trabajaban a destajo en la imprenta, el capitán Arques y sus hombres arribaban en dos faluchos a la isla de Tabarca. Durante la travesía, la brisa que erizaba tímidamente la mar había ayudado al oficial a evocar recuerdos de un pasado cercano. Hacía ya cinco años de la sublevación armada de los partidarios del Pretendiente, pero solo uno desde que la guerra había llegado a tierras alicantinas. Una guerra que había evitado las grandes ciudades, pero que estaba arroyando las campiñas y poblaciones rurales con sangre, odio y lágrimas.

El caudillo carlista Ramón Cabrera Griñó había llegado con su partida en marzo del año anterior hasta Murcia, saqueando Yecla el día 25. Después había entrado sin luchar en Orihuela y, el 2 de abril, en Elche, donde la visita fue breve pero bien aprovechada. En enero de este año había sentado sus reales en Morella, desde donde dirigía sus tropas en incursiones hacia el sur y el oeste.

Antonio Tallada Romeu, uno de los principales lugartenientes de Cabrera, «el Tigre del Maestrazgo», también había llegado con su partida a tierras alicantinas en octubre del año pasado. Hizo sus correrías por Castalla, Biar y Bañeres, hasta que una columna realista de alicantinos, villenenses y alcoyanos hicieron retroceder a los carlistas hasta Fuente la Higuera. Arques participó en aquella persecución. Ya en enero de este año de 1938, Tallada encabezó una gran expedición carlista hacia Andalucía, pero el 27 de febrero fue vencido en la población granadina de Castril por las fuerzas del general Pardiñas. Fueron hechos prisioneros cientos de carlistas. Tallada logró huir durante unos días, hasta que fue apresado y llevado a Chinchilla, donde le fusilaron el 13 de marzo.

Arques había conocido bien a Tallada porque había vivido durante unos años con su familia en Alicante. Pero conocía aún mejor a su hijo, Francisco Tallada Forcadell, que había nacido en Alicante el 13 de noviembre de 1824. Con solo doce años se había alistado en el ejército carlista, del que un año después ya era alférez. Huyó con su padre tras la batalla de Castril, pero tuvo más suerte que este, pues logró ponerse a salvo. El 15 del mes pasado, participó en la batalla de Jérica, en la que de nuevo las fuerzas carlistas fueron derrotadas.

Diecinueve miembros de la partida de Tallada, todos con la graduación de sargento, habían sido traídos como prisioneros hasta Alicante y encerrados en la cárcel de Tabarca. Ahora, iban a sufrir represalia.

El 1 de octubre pasado, Cabrera había vencido a las fuerzas liberales del general Pardiñas en una larga y dura batalla celebrada en las proximidades de la localidad zaragozana de Maella. Tres semanas después, «el Tigre del Maestrazgo» mandó fusilar en el pueblo castellonense de Forcall a 96 sargentos prisioneros.

La noticia de aquel fusilamiento indignó a los liberales de todo el país. A Alicante llegó tal noticia en el correo del 28 de octubre. Las calles se llenaron de gente enfurecida, que exigía a las autoridades tomar represalia contra los carlistas presos y los familiares de los que se hallaban luchando con «el Tigre del Maestrazgo». Continuaron las protestas exacerbadas durante ocho días, que no se calmaron pese al fusilamiento de dos alicantinos que habían pertenecido a las partidas carlistas. Hasta que tomó el mando militar el coronel Pérez Meca y declaró el estado de sitio en la ciudad.

Y hoy, 11 de noviembre, se había recibido la orden del general en jefe del Ejército del Centro, para que se fusilaran a los 19 sargentos carlistas que había prisioneros en Tabarca.

Arques y sus hombres fueron recibidos en el desembarcadero por el gobernador de la isla, Francisco Lanzarote, a quien mostró el capitán la orden que le había entregado el comandante general de Alicante.

El gobernador mandó sacar a los prisioneros en tres grupos de las mazmorras de la torre de San José, para ser pasados por las armas. El párroco Miguel Bosch pidió que le dejaran tomarles confesión y administrarles el santo viático, pero Arques le dijo que no había tiempo para hacerlo individualmente, que sus órdenes eran la de proceder a la ejecución con la mayor celeridad, de manera que el sacerdote hubo de conformarse con la concesión de una absolución colectiva y la bendición de los condenados según eran sacados de la torre. El primer grupo fue fusilado unos minutos antes de las once de la mañana, maniatados y con los ojos vendados, de espaldas al mar. Luego fue ajusticiado el segundo grupo y, por último, el tercero. El pelotón de ejecución estaba compuesto por milicianos de la compañía de Arques y soldados que guarnecían la isla.

El capitán Arques informó del cumplimiento de la ejecución personalmente al coronel Pérez Meca a primera hora de la tarde, de nuevo en su despacho. Tenía este encima de su escritorio una carta ya firmada que entregó de inmediato a su ayudante, para que fuese llevada por el correo a Valencia en el barco que se disponía a zarpar una hora más tarde. Después dio orden para que fuesen colocados los bandos impresos que había dictado esa misma mañana en los puntos habituales de la ciudad y llevados con urgencia por correos a caballo hasta los ayuntamientos más importantes de la provincia.

www.gerardomunoz.com

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats