Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Por supuesto, más Cataluña

Comprendo el hastío que le produce a Carles Mulet, senador de Compromís, el sempiterno conflicto catalán. Su minuto de gloria en la Cámara Alta («Cataluña, Cataluña, Cataluña? y Cataluña») estuvo a la altura de otras de sus antológicas intervenciones, como cuando mostró su preocupación por una posible invasión zombi. No obstante, comprender su postura no implica compartirla. Razones hay para el hartazgo, pero el asunto sigue siendo de capital importancia para el futuro de cada españolito, sea o no catalán. Otra cosa es que no interese insistir cuando andan en juego los escaños. Y por ahí van los tiros.

Por supuesto que Cataluña no es el ombligo del mundo, aunque dudo que piensen igual Puigdemont, Torra y compañía. Se me ocurren mil y un temas más cotidianos y de interés para el ciudadano medio. Ahora bien, si todos los caminos llevan a Roma, también es cierto que gran parte de nuestros males tienen alguna relación, en mayor o menor medida, con la situación catalana. Puede que no sea el origen, pero sí mantienen estrecha asociación. ¿Que se trata de una baza electoral para algunos? Pues haber hecho mejor los deberes porque no hay razón para negar la importancia del tema. Al fin y al cabo, es un asunto de trascendencia nacional que difícilmente puede obviarse en unas elecciones generales. Vayan aceptándolo.

En Compromís saben bien cómo nos afecta, a los valencianos, el independentismo catalán. Después de soñar tanto con esa posibilidad, extraña que ahora se aburran cuando alguien decide hablar sobre Cataluña. ¡Pues no han sido cansinos con su recalcitrante catalanismo! Vaya matraca hemos aguantado, durante décadas, con esa entelequia a la que denominan «Països Catalans». Y por mucho que se intente silenciar el pasado, se hace imposible olvidar la pleitesía que nos han pretendido inculcar hacia nuestros vecinos del norte. Solo cuando empezaron a pintar bastos, las ínfulas expansionistas fueron relativamente disimuladas.

Puede que ahora no sea el momento, pero hasta hace bien poco les agradaba hablar de Cataluña. Tiren de hemeroteca y encontrarán alguna que otra perla. Podrán encontrar la soflama separatista del actual conseller de Educación, Vicent Marzà, nada más sentar sus reales en el Consell. «Los Países Catalanes son una realidad más allá de lo que diga el Estado», afirmaba por entonces. Así nos ha ido con su puñetera política lingüística. Cierto es que la vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, salió al quite declarando que los «països» son un «ectoplasma» (¿?) aunque, eso sí, de uso habitual «en nuestros actos, con gente amiga». ¿Quienes intentan convencernos de que somos un simple anexo del gran imperio, ahora esperan que no hablemos de Cataluña? Pues vale.

Por otra parte. no olviden que, lo que ocurra allá en el norte, nos afecta -y mucho- a la hora de sufragar el coste de nuestros servicios públicos. Pregúntense dónde diablos radica el bloqueo a la financiación autonómica. Cuando hay carencias en la educación, la sanidad o los servicios sociales, se hace obligado mirar hacia nuestra histórica deficiencia presupuestaria. Poco importa que, en Madrid, decidan los unos, los otros o los del galimatías actual. El gobierno catalán -que no los catalanes, ojo-, se sienta a negociar cómo y cuándo le viene en gana. Si deciden no juntarse en la misma mesa con las demás autonomías, se les permite negociar bilateralmente. Mientras tanto, el resto a esperar las migajas. Y así pasamos el tiempo los valencianos, siendo los parias del país. Pobres y soltando la mosca. Pero no, el conflicto catalán nada tiene que ver con estas miserias cotidianas. No me jodan.

Digo yo que alguna relación existirá entre el independentismo y el creciente malestar que, en el resto de España, genera nuestro modelo territorial. Quienes creemos en la actual organización del Estado sabemos el daño que se le está produciendo. ¿Creen que la recentralización administrativa, que propugna Vox, dispondría de los mismos apoyos si en Cataluña se hubieran respetado las reglas? Es evidente que no. La política timorata acaba por alimentar a un centralismo que, dicho sea de paso, es tan contrario a la Constitución como el separatismo al que se enfrenta. Por cierto, no deja de ser curioso que la dirección de este país acabe en manos de quienes, en uno u otro sentido, pretenden romper con el modelo constitucional que tanto nos ha costado ir consolidando. Y es que de buenos somos tontos. Muy tontos.

Dirijan ahora la mirada hacia Cataluña. Piensen en los millones de catalanes que viven coaccionados por no compartir las tesis segregacionistas. Vengan luego con la milonga de respetar los derechos humanos. Imaginen cómo afecta, en la vida diaria, un parlamento permanente bloqueado y con sus señorías vacacionando a costa del juicio del «procés». Háganse una idea de lo que significa un gobierno autonómico ausente mientras la gente sufre necesidades. El sistema sanitario catalán cae en picado. La pobreza infantil se sitúa a la cabeza de España -nada menos que 350.000 menores en situación de necesidad- mientras la inversión en la infancia es un 50% inferior a la media nacional. Ocupan el vagón de cola en el gasto per cápita destinado al sistema educativo. Pero no, no hablemos de Cataluña. Ahora no.

Es imposible callarse ante la ruptura unilateral de un Estado. ¿Pero cómo diablos quieren que no se trate un asunto de tan enorme trascendencia? Si lo prefieren, podemos comentar el daño que se le genera a la economía de toda España. Y, por supuesto, de lo que nos costará sufragar toda esta barbarie. Poco importa que la solución sea a costa de producir más carencias en otros territorios. Incluso hay espacio para el análisis psiquiátrico, que lo de la catalanidad de Colón, Cervantes o Leonardo da Vinci -superada ya la de Ausiàs March o Joanot Martorell- destila un narcisismo desmedido. Éxtasis imperialista.

Hay motivos para hablar de Cataluña. Por supuesto.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats