No hay nada más amargo e indeseado que ser ninguneado. Creo que somos muy conscientes de que con el paso del tiempo nos volvemos invisibles para los demás y por eso intentamos visibilizarnos de formas estrafalarias, usando colores muy vivos o colocándonos algún complemento inusual, con el único fin de llamar la atención y seguir en el mundo de los vivos. Comprendo que hay personas que se sienten más cómodas cuando pasan desapercibidas en situaciones determinadas, pero otra cosa muy diferente es que jamás sean reconocidas.

La mayoría de nosotros nos podemos sentir algo azorados si entramos en una sala repleta de gente y somos el objetivo único de sus miradas. Quedamos como noqueados, sintiendo emociones incontenibles de ridículo que pueden llegar a ruborizarnos como si hubiéramos cometido algún delito o descubierto un secreto inconfesable.

Cuando miramos a un desconocido y somos sorprendidos sentimos también emociones cruzadas de vergüenza y retiramos la mirada rápidamente por haber sido pillados. Si el desconocido continúa mirándonos solemos lanzar miradas furtivas hasta que comprobamos que el interés ha decaído. Si persiste, escudriñamos hasta saber por qué sigue observándonos con ese descaro, o le mantenemos la mirada de forma desafiante para que se detenga, o ponemos pies en polvorosa porque no somos capaces de seguir con ese juego que se hace demasiado irritante.

La fuerza de una mirada puede ser determinante en una relación interpersonal, ya sea con una persona conocida o desconocida. Puede conseguir el desarme psicológico y desequilibrar nuestro comportamiento normal, pero también es capaz de encumbrarnos y lograr que afloren nuestras mejores emociones y sentimientos. Una mirada seductora puede hacernos dudar de nuestras capacidades, una invasiva y directa desagradarnos por la intrusión de la intimidad, una indiscreta o furtiva puede alagarnos o desesperarnos, una dominante puede llegar a destruirnos en un instante, una íntima conseguir que alcancemos el nirvana.

Mirar a los ojos de nuestro interlocutor cuando estamos hablando es fundamental para que la comunicación sea fluida y de calidad, pero si nos excedemos estaremos sobrepasando unos finos límites de cortesía. El contacto visual es la comunicación máxima que podemos conseguir entre pensamientos y eso hace que quien nos habla y mira al suelo, o al móvil o a cualquier otro sitio esté indicándonos que carece de habilidades de comunicación y nos resultará incómodo y desagradable. La mirada es imprescindible para comunicar emociones, pensamientos y sentimientos, y para el lenguaje del corazón es insustituible.