El paso del Hércules por la división de bronce del balompié patrio ha sido más mediocre que brillante, más incapaz que aceptable. De las 16 temporadas que ha militado en la maldita Segunda B, no hay ninguna en la que haya brillado, en la que haya sido sobresaliente. La prueba del algodón es que nunca fue campeón de la liga regular, y de las seis ocasiones en las que disputó la promoción, solamente lo consiguió en dos de ellas, la del 92-93 y la del 04-05. Escaso bagaje para un club con la historia del Hércules.

La no adaptación a la categoría, junto a otros factores como la propiedad, los deficientes proyectos y mala planificación temporada tras temporada, han llevado a un callejón sin salida al club una y otra vez. El desastre de la primera etapa, cinco temporadas que comenzaron a finales de los 80, en la que el equipo cosecho hasta una decimotercera posición, acabó con un cuarto puesto que sirvió para el primer ascenso. La segunda etapa, de seis temporadas no le fue a la zaga, ocupando la undécima posición en dos ocasiones, ascendiendo tras quedar en la tabla en segunda posición en 2005. Y por fin llegamos a la actualidad, con cinco temporadas seguidas de promesas incumplidas y fracasos que llevaron al conjunto herculano a ocupar la décima posición en el pasado curso. Todo comenzó con el calamitoso arbitraje de Sánchez Laso en el Carranza y el gol fallado en el último suspiro por Portillo. El final todavía está por escribir y la casualidad ha puesto en manos del mismo Portillo, ahora como director deportivo, la oportunidad del borrón y cuenta nueva.

Pero las cosas no marchan bien por Zarandieta, por mucho que algunos intenten vender un humo que se hace demasiado denso para dejar ver con claridad el futuro inmediato del Hércules. El juego no mejora, el goleador llegado en enero no marca, y todo se fía al último fichaje que descartó el Elche. El gol sigue siendo la asignatura pendiente, no hay partido en el que no se sufra en los últimos minutos, la escasez goleadora lleva a ello con demasiada asiduidad, y el equipo se resquebraja conforme pasan los minutos. Jugadores y técnico no dan con la clave para aprovechar tanta oportunidad perdida para asentarse con mando en las posiciones de ascenso. Queda el último tercio, esos últimos diez partidos en los que fallar es un suicidio.