Desde que el otro día oí una entrevista radiofónica realizada al señor Torra en la que afirmaba con rotundidad, que la democracia está por encima de la ley, o algo así, estoy dándole vueltas en la averiguación de las fuentes jurídicas e históricas donde bebió dicho señor.

Si nos remontamos a la Grecia de Sócrates, que bebió la cicuta en el convencimiento de que todos aquellos que le rodeaban debían pensar como él, obedeciendo las Leyes de su tiempo y fue coherente en defensa de sus ideas y de la propia ley, nos encontraremos que la democracia es producto de la Ley, siendo esa Ley que nuestros representantes elegidos democráticamente han elaborado, discutido y aprobado la que nos vincula a todos para lo bueno y para lo malo, y de ahí que digamos con Aristóteles, que «el todo es más que la suma de las partes».

Pretender en pleno siglo XXI, que una serie de individuos, saltándose las normas vigentes se reúnan para votar en unas «urnas chinas» es surrealista y me recuerda aquello de «hemos decidido, que a partir de mañana la ropa interior la llevaremos por fuera» y no anda lejos de los populismos actuales.

Si la democracia es un sistema de Gobierno en que los gobernantes son elegidos por los ciudadanos mediante votación, en el momento de esa designación, se elaborarán las leyes apareciendo «el imperio de la ley», que es la que manda, gobierna y nos vincula y es esa ley la que dirige la convivencia, y así cuando en el art. 6.1 de nuestro Código Civil, habla de la eficacia general de la normas jurídicas, dice «La ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento», ello nos marca el camino, siendo razón de más para aquellos que conociéndola, la desobedecen, y amparándose en «plebiscitos imaginarios» se amparan en la democracia. E igualmente, conocido, -me imagino- el art. 7.1 del Código Civil «Los derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe» y por ello el imperio de la Ley nos dice que «Los jueces y Tribunales tienen el deber inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, atendiendo al sistema de fuentes establecido» y el primero es la ley.

En fin, si Clístines (llamado el padre de la democracia ateniense, allá por el 508 a.c.) levantase la cabeza y fuese tertuliano con el señor Torra, le explicaría eso de la democracia y las leyes, y posiblemente le aclararía un poco las ideas y que la autodeterminación no es un derecho en tanto que una ley no diga que lo es.