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360 grados

La libertad del automovilista a costa de la salud de todos

El irresponsable ministro alemán de Transportes, el conservador Andreas Scheuer, no ha dudado en recurrir al mantra ultraliberal en defensa de la industria del automóvil.

«Los ciudadanos quieren vivir en libertad», proclama orgulloso el político de la Unión Cristianosocial bávara, y añade que el medioambiente no se defiende con prohibiciones ni limitaciones como quieren los ecologistas.

La prohibición, esto es, de que los automóviles más contaminantes entren en el centro de las ciudades o las limitaciones de velocidad en las autopistas alemanas para que quienes están al volante de un Porsche o un Ferrari no traten de emular todos los días a Lewis Hamilton o a Fernando Alonso.

El ministro Scheuer sabe que tiene de su parte a muchos ciudadanos como los que se manifestaron el último sábado en Stuttgart, una de las ciudades más afectadas por la contaminación, contra la prohibición de los coches dotados de motores diesel.

Hace tiempo, sin embargo, que el ministerio alemán del Medio Ambiente, que tiene al frente a una socialdemócrata, advierte a los ciudadanos del peligro para la salud de las nanopartículas que emiten ese tipo de motores.

Pero acostumbrados por la publicidad a que el coche es rey, muchos alemanes se niegan a cualquier tipo de control aunque sea en beneficio de la salud de todos, incluida la de las futuras generaciones.

Y los que protestaron en Stuttgart, lo hicieron enfundados en chalecos amarillos como los franceses que, en defensa del coche, junto a otras causas, se manifiestan todas las semanas contra el presidente Emmanuel Macron.

El Gobierno de Berlín y de los «laender» como Baviera, Baden-Wurtemberg o Baja Sajonia, con independencia de su color político, defienden a toda costa los cientos de miles puestos de trabajo y, claro está, los multimillonarios beneficios de sus marcas.

Y lo hacen en todas partes, también en la Comisión Europea, donde Alemania y el lobby del automóvil han impedido que se endureciesen más de lo que conviene a esa gran industria exportadora las reglas sobre emisiones contaminantes.

Y, sin embargo, viajar en automóvil se ha convertido en una pesadilla. No sólo en las ciudades: basta con salir de Berlín en cualquier dirección para encontrarse enormes filas de camiones, alemanes, polacos o de otros países, que transportan mercancías que podrían y deberían viajar por ferrocarril. Si no fuera, esto es, por ese lobby.

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