Vivimos una época fascinante. La tecnología está transformando el mundo a una gran velocidad. Vemos cada día cómo cambia nuestra forma de comprar, de tratar la información, de pagar, como cambian la medicina o el transporte... Es posible que en un par de lustros podamos leer las mentes y sin duda nuestros cuerpos pronto integrarán varios dispositivos que nos ayudarán a alcanzar nuestros objetivos. Dicen que podremos volar sin alas, montados en drones, que diseñaremos y crearemos la vajilla para cada cena en armonía cromática con el menú y que podremos dar la vuelta al mundo a vela sin comer. Dicen que pronto veremos cosas que jamás imaginamos?

Un momento fascinante, pero también inquietante, porque ¿quién decide cómo va a ser este futuro? Al contrario de lo que ocurre en la vida política de un país democrático, que cada cuatro años se pregunta a la ciudadanía como quieren que sea su gobierno, los ciudadanos no tenemos una forma de ser consultados por científicos e investigadores, empresas tecnológicas y anunciantes, acerca de cómo queremos que piensen y desarrollen ese futuro. Dónde invertir los recursos. Cómo elaborar la lista de prioridades. A qué fin destinar las ventajas. La mayor revolución de la historia de la humanidad está ocurriendo y no son artefactos inocentes lo que se está generando, son estrategias que responden a las cuestiones básicas de la existencia: un nuevo diseño social en toda regla sobre el que tenemos muy pocas certezas. Yuval Harari nos traslada esta reflexión en su último libro publicado en español, XXI Lecciones para el Siglo XXI, y es posible que el gran éxito que le precede esté relacionado con su capacidad para dar algo de luz sobre la deslumbrante oscuridad que es el futuro. Algo parecido pudo haber sido la obra de Mary Walstoncraft, La vindicación de los derechos de la mujer, escrita y publicada en 1791, en la que la autora ilustrada llamaba la atención acerca de la oscuridad que se cernía sobre el futuro de las mujeres ante el diseño de un mundo en el que no solo no se contó con ellas, sino que definía con claridad cómo debían de ser y comportarse las mujeres. Costó mucho -¿cuánto?, ¿120, 150 años?- lograr un nuevo orden social en el que las mujeres, lo femenino, tuvieran el poder que les fue negado. Hay quien cree que todavía no se ha superado. Lo llaman brecha de género. Claro que también hay quien considera que aquello de ser excluidas del pacto por la ciudadanía nada tuvo que ver con lo que vino después.

Ya sabemos que casi siempre las decisiones tienen consecuencias. Que al uno le sigue el dos, estuviera o no previsto en el guión, formara o no parte del propósito. La cadena de causalidades aplica a lo colectivo: se decide, se regula, se normaliza, se integra, se transforma en intimidad y se hace subjetividad. Y luego deshaz el entuerto, y a ver por donde comienzas. ¿Un partido político? ¿Una manifestación? ¿Un divorcio?

Es posible, solo posible, que esté ocurriendo otra vez. Que las mujeres y lo femenino estemos en riesgo de quedar fuera del nuevo orden social que se está gestando. Se habla de una nueva brecha de género, la digital. La escasez de chicas en las titulaciones STEM es un dato preocupante. Pocas, muy pocas chicas, participan con su talento en el desarrollo tecnológico. Y son muy pocas las mujeres que ocupen el liderazgo y la planificación estratégica de las empresas y la investigación tecnológicas. Esta mala cifra estaría hablando únicamente de un futuro con peores oportunidades profesionales para las mujeres, un tema ni nuevo ni menor, si no supiéramos de la importancia de la diversidad a la hora de generar soluciones complejas cuando se trata de grandes desafíos. El diseño del futuro es un gran desafío. El desarrollo tecnológico debería significar más riqueza, más salud, más naturaleza y más belleza para más individuos en todo el planeta. Un proyecto global, pensado para todas las personas, estaría mejor diseñado por personas diversas. Y no podemos obviar que la principal fuente de diversidad es el género. Si las mujeres no participan en masa en la construcción de este nuevo mundo, aportando su talento, sus ideas, sueños y necesidades, es posible que en poco tiempo ese nuevo mundo no solo no responda a sus intereses, sino que ese nuevo mundo sea peor para el conjunto de la humanidad. Y entonces, a ver qué sistema de cuotas nos inventamos para recuperar lo que sería, no una brecha, sino un abismo.