Andaban buscando un relator y convocan elecciones. Toda una parafernalia en busca de un mirlo blanco que blanquee las locuras de un independentismo violento, sí violento, para mayor gloria de la «revolución». Y de repente me presenté a ver la obra de teatro de los geniales Els Joglars: Señor Ruiseñor. No se la pierdan que viene a Alicante.

Buscando relator y lo tenían en casa. Que mejor que Albert Boadella, con su camisita y su canesú. Un catalán pata negra, de los de toda la vida. Encarcelado y perseguido por el dictador Franco. Irreverente y sarcástico. Parla catalá. ¿Qué más quieren para la causa? No se lo pierdan.

Empezó el juicio y el teatro parece menos real que la realidad. Cualquier guionista se habría privado por extraer las frases y los gestos de una auténtica locura colectiva. El relator, léase Boadella, habría recibido a los encausados con la bata blanca de loquero. No es para menos. Es inaceptable que nos hagan comulgar con sus auténticos dislates. No hay democracia sin respeto a la ley. Teatrillos de votar sin respeto a la ley es una auténtica patraña.

Ya no sabe uno cómo se ha podido llegar a esto. Claro que hay que dialogar, pero primero habrá de curarse la enfermedad. ¿O no es una enfermedad pensar que puedo legislar y ejecutar al margen de la ley? La historia de un país está escrita con sus derrotas y sus victorias. Pero la historia de la democracia siempre se escribe con la derrota de los que la quieren hacer caer. Suplantar el deseo, por muy legítimo que sea, ignorando la ley es todo menos democrático. ¿Se entiende eso o hay que volver a la escuela sin adoctrinamientos?

Dice Alfonso Guerra en su último libro La España en la que creo: «siempre he creído y he apoyado el derecho a defender la tesis nacionalista, pero también el derecho a discrepar de ellas. El problema está en que no se da la reciprocidad, los nacionalismos admiten mal las críticas, tienden a descalificar al crítico excluyéndolo de la comprensión del problema». «Los que no sean de aquí, ¿qué pueden saber de nuestros problemas? [?] Todo nacionalismo fundamentalista, esencialista, es negativo, peligroso».

No es choque de trenes. Es un tren sin maquinista. Con una dirección equivocada empeñada en hacer ver, a los que van en el vagón, que el destino lo marcan unos, para gloria del nacionalismo. Es absolutamente innegable que no se pude dialogar contra un mantra esquizoide. Por eso necesitan del humor y de la ley para curarse. No son capaces con el humor, por eso tienen boicoteado a Boadella en Cataluña. No quieren esa medicina que les parece bufona. Y lo es. La misma bufa que ellos demuestran con el delirio. Tampoco quieren la ley. Tiempo les ha faltado para deslegitimar al tribunal que los va a juzgar. Solo les vale el catecismo nacionalista. Una pura perversión social amparada por un amplio colectivo absolutamente entregado a la causa. Como todos los fanatismos a lo largo de la historia.

Una sociedad incapaz de hacer que nadie se salte la ley para imponer sus ideas políticas es una sociedad quebrada. Ellos, los nacionalistas irredentos, no creen en la igualdad, la fraternidad y la solidaridad. Solo creen en ellos. Por eso el diálogo no funciona. Porque lo verdaderamente democrático es la relación con los que no piensan como uno. Y cuando el pensamiento único intenta imponerse, como en Cataluña, no hay nada más útil que los ciudadanos nos defendamos con la ley. ¿Cómo habríamos de hacerlo?

El Estado democrático, europeo, y de Derecho es la solución. Ningún ciudadano puede subirse al coche de un policía, invadir una Conselleria, impedir que los parlamentarios puedan entrar al Parlamento o cortar las autovías o trenes, sin que los demás pidamos que eso no se cometa.

Decía Juan Luis Vives que «pasamos tiempos difíciles en los que no se puede hablar ni callarse sin peligrar». Han intentado derrotar el espíritu de consenso que hace que las sociedades democráticas estén pendientes de la salud, de las pensiones, de la educación y de las carreteras. Y no debieran estar pendientes, como se apunta en la obra de teatro mencionada arriba, de si cuatro pliegues en el ano te hace más catalán que otro. Mare.