El pasado día 2 febrero se celebraba el centenario de la creación del Asilo de San José, una institución muy querida entre nosotros y que es parte significativa en la historia de la moderna ciudad de Elche. Desde su creación ha estado siempre estrechamente vinculado a la ciudad; de hecho, su fundación fue debida a la iniciativa de una junta de ciudadanas en la que tuvo un lugar destacado Doña Fernanda Santamaría, quien tiene dedicada una calle en el barrio en el que se sitúa el asilo. La colaboración popular ha sido constante a lo largo de los años; todavía muchos recordamos la cuota con la que las familias de la ciudad contribuían a su sostenimiento y que recogían las hermanas que atendían el asilo. Dar amparo a los ancianos fue un hito en el desarrollo humano de nuestra ciudad. Como toda institución que perdura, se adapta al cambio de los tiempos. Pero quiero aprovechar esta conmemoración para manifestar el papel de la población de edad avanzada, en la vida y el progreso de la ciudad. Es necesario crear lugares de acogida en los que las personas se sigan sintiendo integradas en la ciudad. Esa integración de nuestro asilo en la ciudad es un ejemplo a seguir y así este modelo estuvo presente cuando se construyó en los años 1994 y 1995 la residencia de la tercera edad del barrio de Altabíx, por cierto, la única realizada de un plan que preveía otras también ubicadas dentro de la ciudad. El hecho de que los asilos, las residencias de ancianos, sean lugares en los que se encuentra un hogar y no un lugar en que se arrincona a los mayores, es un ejemplo de cómo se debe diseñar el modelo de ciudad. Hay que tener presente que lo que constituye la esencia de la ciudad es la relación de vecindad, es decir, de cercanía, de cooperación y por ello los espacios públicos, deben ser lugares de encuentro de la gente donde se fomente la convivencia entre las diversas generaciones, y esto, de modo especial se debe concretar en unas dotaciones públicas que puedan ser compartidas por todos. Desde esa misma perspectiva se llevó a cabo la construcción del Polideportivo del Sector Quinto, un espacio abierto en el que conviviesen tanto los niños y los jóvenes, como los ancianos. De esta relación todos saldremos ganando. A lo largo de la historia vemos en todas las culturas antiguas, los mitos que narraban la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, leyendas que se han propagado de un modo u otro en todos los tiempos. En la novela y el cine encontramos la pervivencia en nuestro tiempo de estos mitos. En la obra de Oscar Wilde, «El retrato de Dorian Grey» se nos manifiesta la pervivencia de este mito, a la vez que se denuncia sus fatales consecuencias. Las campañas de propaganda de no pocos productos hoy, nos quieren convencer de que con su adquisición obtenemos la pócima de la eterna juventud. Pero en nuestras sociedades basadas en la competitividad se ha creado un culto a la juventud, y un desplazamiento de los ancianos a los cuales se les considera fuera del camino del progreso de la vida; es cierto que hay que saber dar paso a los jóvenes, pero sin divinizarlos, lo que significa infantilizarlos. La convivencia entre las diversas generaciones es la base del progreso, no se construye desde el olvido, sino desde la memoria. Algunos parecen confundir el progreso con el esnobismo, nada más lejos de ello. No se puede ser original, si se renuncia a las raíces, a lo originario. Conviene recordar aquella frase de Eugenio D' Ors, «lo que no es tradición es plagio». Cuando oigo a algunos que para ensalzar el progreso reniegan del pasado, de la historia, me viene a la mente el hecho de que los regímenes más reaccionarios de la historia siempre se han querido identificar con eso que llamaban «el estado nuevo». No pocos de los problemas que vivimos en España son debidos a este sentimiento adámico de quienes creen que el mundo empieza con ellos mismos. La ignorancia no es virtud. En los años veinte y treinta del pasado siglo se sucumbió a los cantos de sirena de aquellos falsos profetas de los tiempos nuevos. Hoy parece que los tales profetas vuelven a proliferar. Procuremos no seguir sus voces. Querer progresar desde la nada, no solamente significa llegar a ninguna parte, sino encontrarnos en el más horrible de los destinos.