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Que sea para bien

La ensalada verbal con la que Irene Lozano ha dado el espectáculo al comparar el referéndum sobre la independencia en Cataluña con el sexo no consentido da cuenta del desorden mental en el que chapoteamos. Que un servidor desbarre carece de importancia, pero el patinazo de una secretaria de Estado, responsable además de la marca España, debería hacer sonar todas las alarmas. Por cierto, que lo de la «marca España» suena fatal. Coca Cola es una marca que no se presenta como marca porque tiene la conciencia de serlo. Pero dejemos eso para regresar donde solíamos, es decir, al desorden especulativo hacia el que se desliza el país de nuestras entretelas. No aprobar, por ejemplo, unos presupuestos que parecían buenos para los representados, porque perjudicaba el narcisismo de los representantes, implica un grado de extravío que debería obligarnos a pedir hora ya al psiquiatra. Quizá al podólogo si tenemos en cuenta que el personal habla mayormente con los pies.

En San Francisco acaban de enfrentar al campeón mundial de debate con un robot de IBM para discutir sobre si el Estado debe subvencionar la educación preescolar. Como usted seguramente ha adivinado ya, ganó el robot, que demostró una piedad de la que carecía el hombre, un tal Harish Natarajan. ¿Creen que tuvo que ser muy sutil la máquina para alcanzar esta victoria? Pues no. Este fue uno de sus argumentos: «Para empezar, a veces escucho a mis oponentes y me pregunto si quieren, si prefieren a la gente en sus puertas pidiendo dinero, que haya gente sin comer ni agua potable. Dar oportunidades a los menos afortunados debería ser una obligación moral de cualquier humano».

Ahí no hay ensalada verbal, solo sentido común de andar por casa en zapatillas de cuadros. Pues bien, a base de ese sentido común doméstico derrotó el robot al campeón mundial de debate. Lo que no me extraña. Personalmente empiezo a entenderme mejor con Siri que con muchos de mis contemporáneos. De modo que lo de Irene Lozano, autora de la autobiografía de Pedro Sánchez, es la metáfora de un desarreglo general que no conviene a nadie. Según mi abuela, que me habla desde el más allá, lo que hace falta es que sea para bien.

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