¡Por fin se acabó! ¡Llegó el final! ¡Ya era hora! Y es que políticamente hablando los ocho meses y poco que han transcurrido desde que Mariano Rajoy abandonó la Moncloa para dejar su sitio al secretario general del PSOE, han sido un verdadero suplicio. Lo podría comparar como el visionado de esa película que fervorosamente, y con buena intención, te recomendó un amigo. Película que prometía mucho, pero que al cabo de unos minutos ya apunta maneras y formas de lo pesada, tediosa e insufrible que iba a ser. Al llegar al final con una nueva convocatoria de elecciones, puedo decir que ha superado con creces las expectativas generadas inicialmente. Han sido 230 días de culebrón soporíferos e inaguantable los que me han sumido en una modorra política de la que, una vez que logré acomodarme en la butaca, me es difícil despertar.

Los protagonistas: Pedro Sánchez (el bueno). Revoleteando de aquí para allá, más preocupado de su imagen e intereses en el extranjero que en resolver cuestiones urgentes y fundamentales de la sociedad española no ha levantado pasiones. Lo que sí supo fue rodearse de un espléndido equipo. Un manojo de actores secundarios fabulosos que difícilmente han sostenido la película mientras quemaban sus naves con los regalos envenenados que recibían de sus amigos y enemigos. Rivera y Casado, Casado y Rivera (los feos) que ya en la primera escena, y en su papel de oposición, se auparon a lomos de un discurso arrogante, maleducado y faltón. Se han dedicado las 5520 horas que dura este vodevil, a buscar palabras y adjetivos para mancillar, despreciar y humillar a un gobierno legítimo, aunque jamás lo reconozcan y para ello tengan que mentir una y mil veces. Tan enfrascados estaban elaborando sus nocivos discursos que no se dieron cuenta que por la puerta de atrás, averigua quién se la dejo abierta, se les coló en casa el amigo incómodo Abascal. Santiago Abascal (el malo), líder de Vox, es ese amigo del que peperos y ciudadanos reniegan en público pero que en privado es un aliado con el que comparten mantel y copa y que al final de la noche, en el sopor de la buena cena, golpean en la espalda y lo abrazan carcajeando sus chistes y sus chismes por muy políticamente incorrectos que sean. El PP y Ciudadanos que se han dedicado a enfangar cualquier camino que gobierno se decidía a tomar, han encontrado en Vox, aunque en público renieguen de él, aun amigo fiel especialista en lodazales. Por último, Joan Tardá y Gabriel Rufián (los malos, malísimos) que, encabezando a los congresistas catalanes en Madrid, siguen en su victimismo sucio e hipócrita asumiendo a la perfección su papel de «perros del hortelano»; quejándose primero del no diálogo del PP para después lloriquear y renegar del diálogo con el PSOE. Por cierto, a Pablo Iglesias y a Alberto Garzón ni están ni se les espera, tampoco para la segunda parte de este vulgar culebrón, porque habrá una segunda parte, y más nos vale que así sea.

Poco importa cuando serán las fechas de las próximas elecciones, después de ellas tendremos que soportar otra vez este triste disparate político y además con los mismos protagonistas. Aunque los papeles de «el bueno» y «el feo» estén por asignar, «el malo» repetirá personaje y maldades. También los malos, malísimos, el señor Tardá y sus secuaces, volverán a la escena política repitiendo papel. Protagonismo que se aseguraron cuando al final de esta película negaban los presupuestos a los socialistas y los abandonan a su suerte. Con esta maniobra esperan, y por eso apuestan, que un nuevo gobierno de derechas, esta vez se prevé muy de derechas, les vuelva a llenar el granero de independentista que den sentido a sus descerebradas y desnortadas ideas políticas. Poco importa que hayan arrojado a la mediocridad social a millones de españoles y vuelva los sonidos de «tambores de guerra» en forma de 155 si con ello satisfacen su ego y sus intereses personales. Por algo son los malos malísimos, los diabólicos.