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El grillo camello

Entre los trucos para apartarnos del contacto humano y la microfauna que invade nuestras casas

Todos tenemos amigos que son personas ingeniosas, cultas, leales, ocurrentes conversadores, buenos en el buen sentido de la palabra como decía ser Antonio Machado, sujetos pues abonados. Pero también hemos de convenir que una gran parte de quienes nos rodean son todo lo contrario: pelmazos, romos, desleales, cultivadores de tópicos, individuos en suma superfluos y, a menudo, malos. Tipos vitandos. Esa es la razón por la cual tiene tanto crédito el cultivo de la soledad, el retiro, la jardinería, el huerto, trucos que nos permiten apartarnos del contacto humano. Una de las cumbres de esta actitud la expresa Lope de Vega cuando canta: "A mis soledades voy / de mis soledades vengo / porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos". Y en el "Villano en su rincón", una comedia con versos bellísimos y hoy olvidada, dice el Rey de Francia hablando de Finardo: "¡que le haya dado la suerte / un rincón tan venturoso / y que esté en él poderoso / desde la vida a la muerte...".

En fin, podrían aportarse centenares de testimonios en idéntico sentido pero un alarde de pedantería no es propio de una "sosería". Con todo, recordemos que don Quijote se recrea buscando aventuras en sus "soledades y asperezas". Antonio Machado dedicó todo un poemario a las soledades y, en el mundo germánico, para Rilke, por ejemplo, la soledad es una lluvia que sube del mar€ y al final se va con los ríos. La muy juguetona, añado yo. En la Europa central, toda la primera mitad del siglo XIX, desde el Congreso de Viena hasta más o menos la revolución de 1848, el arte, la decoración en las casas, los mismos peinados y vestidos estuvieron dominados por el espíritu del "biedermaier" que remite al retiro de los habitantes de las ciudades a la intimidad de sus hogares y al cultivo de la familia, hartos de la cháchara interminable e infecunda. En la España actual ¿quién duda que el tipo cargante, especie que trepa y trepa sin medida ni descanso (y el verbo trepar nunca mejor empleado) te empuja hacia tu casa, a rumiar cogitaciones equipado con tus cachivaches mentales?, ¿qué interés hay en convivir con él? Hace tiempo que sostengo que en España sobran aeropuertos, universidades, comunidades autónomas y pelmazos. ¿Qué es lo pavoroso a añadir a este panorama?

Pues lo que se acaba de publicar en muchos periódicos y es que en casa no se está solo porque en puridad en ella estamos invadidos por una microfauna, idea bajo la que se ocultan nombres aterradores como la cucaracha alemana, los grillos camello, el thermus acuaticus, la araña saltarina € y por ahí seguido. La cucaracha alemana, la cabrona, es inmune a los pesticidas y para acabar con ellas hay que enfrentarlas en singular combate con unas avispas enanas que ponen sus huevos justo en los huevos de las cucarachas: ¡hace falta mala leche! ¿Alguien imagina la labor que nos echamos encima? Si no tenemos suficiente con tener que recordar las contraseñas para usar el ordenador, encima hemos de buscar huevos de cucaracha y excitar a unos animalitos inmundos a enfrentarse entre ellos. Los grillos camello tienen la espalda arqueada o sea joroba, como yo y como casi todas las personas decentes. Pero fuera de esta distinción corporal, son unos canallas sinuosos. Y sepa usted que en su casa, en los radiadores de la calefacción, anidan los thermus acuaticus que se están bañando allí y pasándolo pipa pero propagando enfermedades e indisposiciones variadas.

La araña saltarina es también otro componente de esta adorable biodiversidad que nos cerca. ¿Cómo se permite que los periódicos publiquen estas noticias tan alarmantes?, ¿no estaría justificada la vuelta a la censura? Creo que sí, que un poco de mesura a la hora de airear inquietudes no vendría mal. Porque si, huyendo del pelmazo que nos acecha en el exterior, nos encontramos con el grillo camello en el pasillo de casa, ¿dónde está la salvación?, ¿quién nos defiende?

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