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La gestión contra las pasiones

El calendario electoral, tome la decisión que tome hoy Pedro Sánchez, coloca a la Comunidad Valenciana en un horizonte hasta ahora inédito. O dos grandes citas con las urnas -generales por un lado con municipales y autonómicas por otro- en un plazo de apenas un mes entre abril -se barajan las fechas del 10 ó el 11 entre semana además del domingo 28- y el 26 de mayo como la alternativa más probable. O un «superdomingo» con cinco urnas abiertas en una convocatoria electoral múltiple, que tampoco se puede descartar. O, incluso, unas elecciones locales y autonómicas en mayo convertidas en un plebiscito sobre un gobierno moribundo que retrasara esas generales a otoño. La primera de esas vías es la que parece más probable pero, como señalan todos los consultados, puede pasar cualquier cosa tratándose de un «superviviente» como Pedro Sánchez. Ninguno de esos decorados se había reproducido hasta ahora en las más de cuatro décadas desde que se aprobó la Constitución; ni tampoco en los 37 años desde que se validó el Estatuto de autogobierno de los valencianos.

Nos adentramos, ocurra lo que ocurra, en un territorio sin explorar que, desde luego, se corresponde con la excepcionalidad de una agenda política incierta, convulsa y volátil. «Esto es como una montaña rusa en una batidora... Hoy puedes ganar por cinco y mañana perder por diez. Nadie lo sabe», reflexionaba un destacado alto cargo del Consell que se confesaba con dificultades para enmarcar este complicado panorama. Lo cierto, a expensas del encaje de las generales y con una inestabilidad máxima en Madrid, es que vamos hacia unas elecciones autonómicas, municipales y europeas que, salvo giro de última hora que nadie prevé, se celebrarán juntas el 26 de mayo en tanto que el presidente de la Generalitat, Ximo Puig, descarta casi por completo avanzar los comicios a las Cortes Valencianas. El tripartito de derechas que selló su alianza con esa «foto» de la manifestación madrileña entre Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal con José María Aznar como brazo ideológico tiene una estrategia electoral definida.

Sus delegados en la Comunidad Valenciana empezando por Isabel Bonig y terminando por Toni Cantó -a los ultraderechistas de Vox, de momento, no les hace falta candidatos que posteriormente, igual, les restan- se han aferrado a un discurso que apela, fundamentalmente, a las pasiones viscerales como principal argumento de campaña. Aunque nada aporta eso para solucionar los problemas de la Comunidad, es un argumentario efectista, mientras el conflicto catalán se alargue, que moviliza a las tropas de la derecha. Para que quede claro: estas elecciones autonómicas y municipales se juegan en la participación de cada uno de los bloques. Y las tres patas conservadoras del tablero valenciano necesitan sacar de su casa a 350.000 electores que en 2015 se quedaron sin ir a votar, lo que propició el ascenso de la izquierda a la Generalitat y a decenas de municipios. Para propiciar ese movimiento, ayuda el populismo ultra de Vox. Pero ese mensaje tiene techo. De ahí que el PP y Ciudadanos eleven el envite de la apuesta cada día un poco más: Pedro Sánchez y Cataluña hasta en la sopa.

Justo en el otro lado, la izquierda se debate todavía en un gran dilema sobre su mensaje para esta agotadora campaña que va durar casi cuatro meses: centrar su hoja de ruta en «vender» la gestión del Consell durante estos últimos cuatro años o, por el contrario, entrar en el «cuerpo a cuerpo» que propone la derecha con un discurso más pasional que vaya directamente a tocar la fibra de la bolsa de electores más ácrata de la izquierda. Es cierto que la situación del Botànic ha mejorado en los últimos días después de que Podemos y EU cerraran su acuerdo autonómico que se firmará hoy mismo para dar valor a votos que se iban a quedar casi seguro sin representación en el Palau dels Borja. Pero, en todo caso, la izquierda tiene encima de la mesa el mismo reto que la derecha: llevar a las urnas, se repartan como se repartan las papeletas entre las tres candidaturas, a todos los que les dieron su voto para respaldar el cambio político en 2015. Aunque, eso sí, con un condicionante en contra: unas elecciones generales, todo indica que previas, en las que la derecha se movilizará al máximo empujada por el juicio contra los independentistas y ese plebiscito contra Pedro Sánchez. El debate, a día de hoy, dentro de las fuerzas del Botànic -especialmente de los socialistas con Puig y de Compromís con Mónica Oltra- es si con el balance de la gestión autonómica es suficiente para atraer a los votantes o es necesario sumar la advertencia clara y rotunda a los votantes de izquierda de lo que se les avecina. Esta semana ambos ya se han puesto manos a la obra. Oltra enfrentándose nada menos que a Carles Puigdemont en Twitter y Puig ayer mismo en las Cortes: «El veto a los presupuestos de la derecha y los independentistas nos roba 1.400 millones». ¿Quién será capaz de movilizar más?

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