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Existencia (o no)

Un ciudadano indio quiere denunciar a sus padres por haberle traído al mundo sin su consentimiento

Creía que la historia era de Woody Allen, incluida en las Leyendas hasídicas según la interpretación de un distinguido erudito que se recogen en el recopilatorio de cuentos "Sin plumas" pero lo he comprobado y no, allí no sale. Tampoco la he encontrado, así que cito de memoria. Se trata de dos rabinos que discuten sobre las miserias de la vida: llanto al nacer; angustia en la muerte; dolor continuo. Cuánto mejor, dice uno, sería no haber sido concebido.

Sí, le contesta el otro, pero ¿quién tiene tanta suerte? ¡Ni uno en un millón! Allen retoma la idea de que sería mejor no haber existido en un par de sus películas, en especial en la más surrealista de todas, "Desmontando a Harry", pero nos equivocaríamos si creyésemos que se trata de no llegar a nacer, de haberse quedado en el proyecto tras un aborto. No: la cuestión, digna de un examen de doctorado no sé si en filosofía pero desde luego en matemáticas, es la de no haber siquiera llegado a la existencia. Ahorrarse las angustias de haber sido concebido. Y, en particular, se trata de averiguar cuánto alcanza el número de lo que no existe comparado con el número de lo que existe.

¿Cuál de los dos es mayor? La pregunta podría quedarse en un entretenimiento para ociosos pero se ha convertido en asunto propio de los tribunales gracias a la noticia, publicada hace poco, de las intenciones de un ciudadano indio, Raphale Samuel, de denunciar a sus padres por haberle traído al mundo sin su consentimiento (el de Raphale). El caballero, natural de Bombay, pertenece a un movimiento que se llama "Dejad de tener niños" y se retrata en las redes sociales con barba postiza y gafas de sol, no sé si por razones de timidez o en busca de la negación también de la imagen.

Raphale Samuel acusa a sus padres, a quienes dice amar, de haberle concebido por razones egoístas, es decir, por placer, aunque la noticia no aclara si sus progenitores usaron medios de anticoncepción, como un preservativo, por ejemplo, y habría que acusar entonces al industrial poco escrupuloso que fabricó sin las garantías suficientes el artilugio fallido. En cualquier caso, confío en que el querellante en potencia encuentre un juez lo bastante comprensivo como para admitir su demanda: me interesa muchísimo saber si alguien tiene derecho a ser consultado antes siquiera de existir.

Si la respuesta es que sí, entonces el señor Raphale puede encabezar una demanda colectiva gigantesca en nombre de todos los que, siguiendo a Woody Allen, nunca han sido concebidos pero tampoco se les preguntó si querían tener tanta suerte. El número de las entidades que no existen puede ser inmenso, ya lo creo. Aunque cabe plantearse si la cifra de quienes sí que existen pero inventan entidades fantasmagóricas, desde el non-nascitirus al relator que se quedó en el limbo, es aún mayor o, al menos, más peligroso.

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