Eran las cinco en punto de la tarde. Se habían concitado todos los salvapatrias, oportunistas, justicieros, mediadores, profetas, reformadores, linchadores, relatores, y correveidiles. Unos coreando la cantinela de la convocatoria de elecciones nunca prometidas; otros, con el derecho a decidir que nunca existió; algunos, con el golpe de Estado que nunca fue; y los más, con el alzheimer de la memoria histórica. La encrucijada de estrategias pasaba por donde siempre debería ser obligado: entre los leones de las Cortes, en las andanadas del hemicoso. Pero era el día del juicio final. El día de la gran faena. La faena de la debutante Montero fue para muchas y, también, muchos orejas, y fue de vuelta al ruedo; pero fue devuelto el presupuesto, claro. Eran las cinco en punto de la tarde. Para los aficionados iba a ser el día prometido a los justos para redistribuir la felicidad en rentas, en cobertura a los desempleados mayores de 52 años, en permisos paternos, en cobertura social para cuidadores de dependientes en reforma de la reforma laboral. Y, se cernía el infierno fiscal sobre las «.com»; el tobin europeo sobre los especuladores financieros a la baja; la inspección fiscal redescubría su vocación. Pero, culminó la faena y no hubo nada.

El Gobierno nunca renunció a la faena ni se levantó de la mesa. La tienta son los mismos presupuestos del Estado y la inversión territorializada; la larga cambiada de la Abogacía del Estado en el juicio; los alguacilillos recogiendo recursos sin nombre del Constitucional. Pero, mientras el Gobierno daba esas y otras pruebas de voluntad de diálogo, otros presentaban enmiendas a la totalidad por la espalda, eso sí, sin levantarse de la mesa. Contagiados del dontancredismo político de la etapa anterior. «Senyor pirotècnic la mascletà pot començar», había proclamado la Bellea. Torra prendía la mecha. Transformaba la figura de un relator, o de un mediador, en un mediador internacional y exhibía la veintena de reclamados trofeos en una lista, había cumplido como buen correveidile. Desde la contrabarrera la despechada Susana se encomendó a Dios -que decía el Txiqui Benegas- y a todos los santos. Felipe González, sin mediar entrevista, de motu propio, envió unas declaraciones filmadas a medios de comunicación. La videncia de la providencia fue coreada desde el purgatorio de las primarias por los celestiales presidentes que habían sufrido el revolcón. Ya se sabe que no hay peor cuña que la de la propia madera, no hay burladero que te esconda. Tanta puya sirvió para caldear la faena de la otra plaza, la de Colón. Mucho capote, pero apenas media entrada. Las crónicas infectas de «traidor, felón, ilegítimo, incapaz, desleal, incompetente, mediocre y okupa» no mencionaban al lote mal presentado. Tres cabezas desiguales de una cuadrilla sin un claro maestro. Una foto para la historia de la fiesta nacional.

Toda la feria debía culminar con el comienzo del juicio del 1O, según lo previsto. La Sala del Supremo se había convertido en la encrucijada de las estrategias. Todos esperaban timbales y clarines. La mascletà terminará con el cartel de las próximas elecciones en el Consejo de Ministros del viernes, que dejará -recurrido- para otra ocasión sacar a Franco a hombros. También eso lo decidirá el Supremo, según el pañuelo que exhiba el presidente. El presidente Marchena lo seguirá siendo en la Feria de Abril. No solo en la de Sevilla, también en la de San Isidro o la de Albacete. En la de todo dios.

Es la fiesta más nacional. Nacional española y nacional catalana. Incluso con la Monumental de Barcelona reinventada, las patrias pelean por ser más nacionalistas. Pelean por quién tiene la «bandera más larga» que dijo la ministra Montero. Pero son las naciones su entelequia. Los patriotas son las gentes, los que no mientan nunca la patria, pero sufren a los patrioteros. «La patria -decía Juan de Mairena- es, en España, un sentimiento sencillamente popular del cual suelen jactarse los señoritos» (la patria grande). «Juan de Mairena II. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo», Antonio Machado.