La obviedad de que Sánchez perdió a Cataluña en la votación de los Presupuestos, debe completarse con la precisión de que Cataluña también ha perdido a Sánchez. A partir de esta constatación, destacar que el segundo extravío supera en magnitud al primero es una apreciación personal. A lo largo de los últimos meses, el Tribunal Supremo había registrado una rebaja sustancial de la inhabilitación a Artur Mas, el envío de seis acusados a juicio en el Tribunal Superior, o incluso la aceptación de que un preso independentista comparezca a juicio con un lazo amarillo. Este detalle de indumentaria sería inaceptable para las ultraderechas moderadas de Ciudadanos, PP y Vox.
Los acontecimientos judiciales citados se han producido simultáneamente al inquilinato en La Moncloa de un presidente socialista. A partir de esta constatación fáctica, destacar que existe una consonancia entre la suavización del Supremo y el acceso del socialismo al poder es una apreciación personal. Para quienes la acepten, los doce acusados quedan desamparados, ante un tribunal que ha reanudado un juicio político sin saber dónde reside exactamente el poder político. La exconsellera presa Dolors Bassa imploraba a los suyos desde la celda que mantuvieran a Sánchez, sabedora de que cualquier alternativa empeora su porvenir. Y ya decía el doctor Johnson que nada aclara las ideas como la cárcel.
En un país de hijosdalgo, el presidente del Gobierno ostenta una ascendencia semidivina, aunque haya accedido al cargo mediante el salto de pértiga. En contra de las teorías sobre la torre de marfil, no hay profesión más sensible que la judicial a los vaivenes del poder. Los titulares de dicho gremio poseen un afinado sismógrafo, desactivado por el anuncio del cambio de legislatura para la temporada primavera-verano. Salvo que los independentistas prefieran una posición más asfixiante, con Vox controlando el aliento del país.
