Parece que al final del proceso todo queda en agua de borrajas, pero con el tufillo a podrido de intentarlo y fracasar, no tanto porque el Gobierno de España no lo pretendiera, sino porque los del otro lado de la presunta mesa de negociación se negaron a la pantomima, de la que son maestros y no quieren que se les haga sombra. Los mandatarios de turno no pueden ser más desmañados porque no les da tiempo.

En este país de listos estamos más que acostumbrados a las mediaciones. De hecho los intermediarios son los que mejor viven, siendo connaturales a la propia idiosincrasia de nuestra cultura. Intermediar es una acción propia de cualquier español que se precie, siempre y cuando se lleven algo de provecho. Levantar actas, dar fe, corroborar algo o simplemente estar de pasmarote entre las partes, es el pan nuestro de cada día y, en cambio, nos echamos las manos a la cabeza cuando se propone en según qué mesa de trabajo.

Hay que reconocer que es todo un despropósito y una calaverada intentar negociar lo que, en principio es innegociable dentro del marco constitucional. Sabemos que si se persigue es porque existe un objetivo claro de ganancia. Sin apoyos no hay presupuestos y sin ellos no es posible seguir con la legislatura adelante. Rendirse a unas nuevas elecciones parece que no se contempla y por ello se sucumbe a un intercambio de intereses que es a todas luces inalcanzable.

Continuamos manteniendo un sistema electoral abracadabrante, donde las minorías son las que marcan la pauta política y las que deciden el destino de las mayorías. Los partidos minoritarios son los auténticos mediadores del conjunto de los españoles, aunque hayan sido votados por un escaso diez por ciento del total de votantes. Conseguiríamos un cambio radical y muy provechoso si se incluyera el sistema de doble vuelta electoral, donde los ciudadanos son los que siguen teniendo el protagonismo en la elección de su presidente.

Somos un país de tradiciones alcahuetas, donde el más tonto hace relojes y se le permite. Mediar seguirá siendo uno de los grandes deportes nacionales ya que nada, ni nadie se interpondrá en que sigan actuando. Pero algunos tendrán que aprender la lección y no airear determinadas reuniones con o sin alcahuete. A los politiqueros les va mucho mejor cuando los encuentros son en privado, sin luz ni trasparencia, dando pie a que la opinión pública pueda especular hasta la saciedad sin llegar a ninguna conclusión factible.