Según el escritor alemán Jean Paul Richter: «El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados». Pues sí. Es para mí todo un orgullo, además de una noble, enriquecedora y satisfactoria tarea el poder recordar y homenajear, desde esta humilde columna, la persona y obra del compositor Rafael Rodríguez Albert, con motivo del cuarenta aniversario de su muerte que se cumple mañana, 15 de febrero de 2019.

El maestro Rodríguez Albert, al igual que su admirado paisano Óscar Esplá, son los compositores alicantinos más importantes del siglo XX, cuyas creaciones musicales abarcan todos los géneros y paradójicamente, sus composiciones apenas son tristemente interpretadas actualmente en las salas de conciertos tanto alicantinas como nacionales para perjuicio de nuestra cultura y sociedad. Situación hoy por hoy injusta en nuestra ciudad de Alicante poseyendo una magnífica pléyade de orquestas sinfónicas.

Rafael Rodríguez Albert fue una persona invidente de gran calidad humana, solidaria y preocupada, como bien demostró como profesor de personas discapacitadas a las que enseñó el arte de los sonidos trabajando durante gran parte de su vida en la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE). También fue un artista de exquisita cultura ya que, además de ser profesor, intérprete de piano, director y compositor, era licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valencia, así como poseedor de estudios superiores de Derecho. Además, llevó a cabo la noble y meritoria labor de traducir al sistema braille un gran número de obras musicales tanto sinfónicas como camerísticas.

Pero es en la creación musical, donde Rodríguez Albert conseguirá su inmortalidad como compositor. Creador inmerso en un estilo, más bien por la época que le tocó vivir, de corte nacionalista pero muy bien refinado con un lenguaje musical estético con claras reminiscencias e influencias mediterráneas. El maestro Albert es ante todo, como compositor, un soñador de ojos herméticos de gran formación, como todo genio, autodidacta en su esencia, además de ser un gran conocedor de primera mano de las corrientes estéticas musicales del París cosmopolita del periodo de entreguerras, debido a la amistad que mantuvo con los grandes compositores del momento como: Poulenc, Milhaud, Honnegger y Ravel. Así como en España con los maestros Manuel de Falla y, cómo no, con su amigo el valenciano Joaquín Rodrigo. Digamos que gran parte de su obra posee una estética mediterránea de ambiente luminoso que no cabe la menor duda inducida e influenciada por ser un gran lector y admirador de nuestros grandes escritores prosistas alicantinos como Gabriel Miró y Azorín, creando en su estilo musical, una fusión entre lo lírico y el impresionismo descriptivo.

Elementos estéticos que podemos observar, a modo de pinceladas, en gran parte de su obra como la Sinfonía del Mediterráneo, Homenaje a Chapí, Sonata del mar y del campo, o las hermosas y pintorescas Cinco piezas para pequeña orquesta y piano, que tuve la ocasión de escuchar en la ciudad de Madrid el año 2012 por la Orquesta Nacional de España. Premio Nacional de Música en dos ocasiones, 1952 y 1961, este año en el que se conmemora el 40 aniversario de su muerte, tendremos la suerte de poder escuchar su culta, profunda y bella música nuevamente en distintas ocasiones, de la mano de nuestras jóvenes futuras promesas, gracias a la sensibilidad, sabia y justa iniciativa de las direcciones del Conservatorio Profesional de Música Rafael Rodríguez Albert de Mutxamel y del Conservatorio Superior de Música Óscar Esplá de Alicante, buque insignia de la cultura y educación musical de nuestra ciudad y provincia alicantina. Enhorabuena.