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La chica de la capucha y la foto

El espíritu de nuestro tiempo oculto bajo un gesto nimio en apariencia

Voy a empezar fuerte, nada menos que con una teoría, ustedes perdonen. Pienso que casi siempre buscamos lo que se llama "el espíritu de una época" en los tenidos por grandes acontecimientos, sin darnos cuenta de que muchas veces ese espíritu se oculta bajo un gesto nimio en apariencia que es preciso interpretar para ver el conjunto. Yo he tenido la oportunidad de ver el alma de mi tiempo en un paso de peatones y en una fotografía. Un paso de peatones que cruzaba una chica con parka de capucha y una foto de unos turistas fotografiando "La Gioconda".

Una calle de mi ciudad corre desde una zona alta, buscando la mar que encuentra tras dejar a su derecha un parque. Unos 350 metros, cuatro minutos a pie. Mañana de febrero, temprano, cuatro gatos viandantes. De pronto, atruena los aires la sirena de una ambulancia que vuela hacia el Cantábrico para ganar el paseo marítimo que la llevará al hospital. Los escasos peatones que aguardamos para cruzar al parque damos dos pasos atrás. Los coches se orillan. Se puede escuchar el silencio expectante y sobrecogido que solo rompe la alarma aguda del vehículo médico. Nadie se mueve. ¿Nadie? A paso lento, ajena a todo, una chica con parka de capucha cruza en rojo el paso de peatones. Ni el bocinazo de la ambulancia la turba, ni el grito de un atemorizado espectador la detiene. Camina sosegada. Nada va con ella. ¿Nada? Con la ambulancia casi encima, aminora el paso pues el viento de nordeste le ha retirado la capucha y se apresta a recolocarla en la cabeza. Gana la acera del parque, vase y no hubo nada. Ni torció la vista. En ella se mostraba el espíritu de nuestro tiempo: individualismo, agiotismo, egoísmo, yo, mí, me, conmigo, yo lo merezco, insolidaridad, yo lo valgo, que os den, empatía cero, soy auténtica, soy yo misma.

Una treintena de turistas se apretujan frente a "La Gioconda". La foto está tomada el pasado diciembre. Salvo un joven que se mesa atento la barba y unos pocos más que se estiran para observar el cuadro sobre las cabezas de sus prójimos y prójimas, el numeroso resto fotografía, en posturas forzadísimas muchos, la obra de Leonardo Da Vinci o bien comprueban en el móvil propio si no en el ajeno cómo ha quedado la imagen. Nada tengo en contra de que se fotografíe un cuadro o docenas de cuadros o todo el Louvre entero. De hecho, si googleo "La Gioconda" me salen más de trece millones de resultados. La veo de todas las maneras imaginables: calva, con bigote, con doble cara, con gafas, apicassianada, con los caretos de la niña de "El Exorcista" o "Mr. Bean", sacándome la lengua o tocando la guitarra. Y hay imágenes muy fieles a la pintura real, estupendas, sin duda mucho mejores que las que podría sacar cualquiera de esos turistas en un escorzo incomodísimo, con el vecino pisándole el pie y el sobaco cantarín del de más allá. Y se pueden comprar centenares de reproducciones, a cual mejor.

Pero hay que sacar la foto uno mismo con el celular, tiene uno mismo que fotografiar, el móvil forma parte de mi cuerpo. Ni siquiera se les ve a los turistas haciéndose una selfi para luego poder contar eso de "Mírame, tío, aquí estoy con el cuadro ese de la chorba de Leonardo, la 'Mona de la Yoconda' o como se llame". Es, pues, un acto inútil y estúpido: ni vale para obtener una instantánea formidable, ni permite ver el cuadro y dejarse llevar por él. El espíritu de nuestro tiempo: es mi individualidad la que fotografía, mi agiotismo, mi ego, mi yo, mi mí, mi me, mi conmigo, porque yo lo merezco y yo lo valgo y paso de si os estorbo o no mientras miráis, que os den, empatía cero, soy auténtico, soy yo mismo. Les señalas la luna y te miran el dedo.

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