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La excesiva insistencia en la pederastia clerical

Advierte el comentarista que cuanto aquí quede hoy escrito ha de entenderse como una eventual opinión con los elementos de juicio aportados por los medios de información y a resultas de la disciplina eclesial. Se apunta esta condicional entrada por la indudable delicadeza del escándalo de la pederastia en sectores clericales y religiosos a quienes, por libre decisión y presunta vocación religiosa, es exigible la contención sexual y el consiguiente respeto al prójimo. Habrá que dar por hechos el tacto y las cautelas, al parecer excesivos, con los que la jerarquía ha tratado históricamente las claudicaciones sexuales de algunos sacerdotes y religiosos católicos. Una Iglesia antaño más cuidadosa de evitar escándalos que por la supuesta ejemplaridad de la disciplina interna, su exposición pública y su consecuente corrección. En esta España nuestra de ahora mismo, con sectores sociales históricamente anticlericales de manual, los casos de los abusos sexuales por algunos clérigos y religiosos suponen un pretexto para maximizar la alarma social y atacar, también por ese flanco, a la Iglesia Católica.

Actividad tan candente como la más reciente actualidad demuestra. Entre nosotros los españoles y desde sectores tradicionalmente beligerantes, se trata de rentabilizar políticamente la pederastia y otras debilidades humanas que se dan en ámbitos de religiosos católicos. Pero también seguramente en otros sectores: culturales, sanitarios, profesionales, militares o deportivos que no producen tanto interés y alarma social. Nadie podrá decir que, con mayor o menor prudencia, la Iglesia Católica haya dejado de prestar atención y de corregir estos brotes de pederastia y flaquezas de la condición humana. Reacción que, por los casos que a uno le ha tocado conocer, ha oscilado a veces entre la fulminación absoluta, acaso un pelín inmisericorde, y la benevolencia de pelillos a la mar que puede que haya existido hacia algún sujeto transgresor de aquí mismo hace unos años. Todo tiene su medida y no sé si atreverme a dejarme tentar por la apreciación de que, con el santo afán de corregir ante una sociedad laica y hasta beligerante, se caiga a veces en traspasar el límite de la prudencia con la exhibición y el tratamiento de los casos de pederastia en el seno de la Iglesia hasta por puro afán de transparencia. Quienes constituimos la gente somos en definitiva de carne y hueso y no espíritus puros. A veces se cae en extremos que rondan la ridiculez: religiosos hay que cuando les presentan un niño le dan la mano pero nunca un beso.

La enseñanza religiosa está en el punto de mira del sectarismo político de la hora como demuestra también el interés por devaluar la enseñanza concertada. Dicho sea todo a nivel de conjetura, sin ningún afán de contrariar a la jerarquía y con la expresa voluntad de continuar dentro de la ortodoxia, no faltaba más.

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