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El círculo de oro

Los padres del método científico y la necesidad de provocar a los alumnos

Mi padre, que ha sido un gran pescador en río y mar, siempre me dijo que el salmón no pica porque tiene hambre, sino que hay que provocarlo, molestarlo, pasándole una y otra vez el devón delante del morro, hasta que éste literalmente se cabrea y lo quiere quitar de delante. Hoy sé que con los alumnos hay que hacer igual. La semana pasada, en la clase de cálculo numérico, les conté que antes de entrar en clase había encontrado a una persona que juraba y perjuraba que la longitud de la circunferencia era proporcional a su diámetro y que la constante de proporcionalidad se llamaba Pi. ¿Conocéis la historia de Pi, les dije? Alguno había visto la película. Eso me dio pie para preguntarles si ya lo habían calculado con 25 cifras decimales. En la clase tenía varios alumnos Erasmus que me miraban atónitos. Una vez que ya habíamos creado el clímax adecuado, entonces todo empezó a fluir, y les anuncié que un ordenador nunca podrá emular la mente humana. Para ello, les demostré por qué la raíz cuadrada de dos no era un número racional, la demostración más bonita de la historia de la ciencia. Fue un alumno de Pitágoras, Hípaso de Metaponto, quien demostró la inconmensurabilidad de la diagonal de un cuadrado de lado unidad, en un momento en que la hermandad pitagórica pensaba que los números racionales describían la geometría del universo.

Hípaso rompió la regla, revelando al mundo la existencia de los números irracionales, dado que la escuela pitagórica practicaba el secretismo, y aquellos que no pertenecían al núcleo duro eran llamados acusmáticos. Se cuenta que fue el mismo Pitágoras quien arrojó a Hípaso por la borda de la embarcación en la que viajaban ante la frustración y vergüenza de no poder demostrar que Hípaso, hereje librepensador, estaba equivocado. Éste fue sin duda uno de los grandes momentos de la historia de la ciencia. Hípaso, junto a Galileo, que intentaba justifica muy a su pesar que la tierra era plana, y otros muchos son los padres del método científico, y a los cuales debemos su independencia. La ciencia escapa de las opiniones, de los dogmas, no los necesita para nada. Además posee un sistema de garantías sofisticado, pues tradicionalmente han sido los mismos científicos los que con sus investigaciones aseguran su independencia. Nadie controla la ciencia, la ciencia es infinita, inconmensurable, como la diagonal del famoso cuadrado de lado unidad, y los que trabajamos en ella sabemos que éste es el único sistema de control, que el tiempo inexorablemente da o quita razones, y que un elefante no cabe en un seiscientos, porque los seres humanos no podemos vivir perpetuamente en la ignorancia, y mucho más en un mundo global que amplifica el talento, y también desgraciadamente las desigualdades. Me gusta pensar que los alumnos son como los salmones, adoro provocarlos, e ir soltándoles el sedal poco a poco cuando muerden el anzuelo. Les insisto que la intuición es una gran herramienta, pero que hay que ser serios, y que como ingenieros y científicos el análisis es muy importante, y por supuesto el ingenio. Y les hablo del círculo de oro, como el gran Simon Sinek en una famosa lección Ted, en la que explica como los líderes inspiran al resto.

Simon explica que un proyecto es ante todo un sueño, y que es importante empezar por el why (el porqué), luego el how (el cómo) y finalmente el what (el qué). Explica que empresas como Apple, líderes como Martin Luther King o los hermanos Wright, siguieron ese orden. Por qué hacemos las cosas es mucho más importante que explicar cómo las hacemos, o qué es lo que hacemos, que en realidad interesa a un grupo restringido. Yo, por ejemplo, tengo muy claro que cuando decidí trabajar en el terreno biomédico es porque mi sueño era, y es, curar enfermedades mediante el uso de la matemática, de la inteligencia artificial y del little-big data. Ese es mi motor, no otro, y lo intento recordar cada día. Para mí también está claro que cuando decidí ser profesor universitario, mi "why" fue impactar positivamente los alumnos a los que enseño. No hay otro camino, sino el de la disciplina, el del domo-arigato-gozaimashita, sensei. No hay otro camino que el de la pasión, que el de la búsqueda de la verdad, porque aunque improbable, es bella. También enseño a mis alumnos (porque no lo saben) que los líderes verdaderos (hombres o mujeres) son humildes, pues el conocimiento es un cuello de botella que conduce a la humildad; que huyen del victimismo, son íntegros y poseen empatía. ¡Así que a entrenar! Todo esto lo aprendí gracias a mi amigo José Suárez, porque un día me hizo falta. Domo arigato, maestro!

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