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Un gobierno a la deriva, un presidente que no lo es

Escribir un artículo semanal con Pedro Sánchez en el Gobierno es tarea heroica. Este hombre, por no tener un proyecto definido y moverse a corto plazo, mejor dicho, inmediato y subordinar todo a su objetivo de permanecer instalado en el poder unos meses más, propone y dispone y luego se desdice a la velocidad del rayo. Da igual lo que sea, hasta incluso conceder al conflicto con Cataluña rango internacional, lo que subyacía tras el disparate del nombramiento de un relator. No gobierna, resiste y desea permanecer en una campaña electoral permanente, a cuyo fin utiliza el poder. No tiene sentido de Estado. Ni entiende el término institucionalidad.

De ahí que todo sea improvisación, contraprestación, ofertas y contraofertas de mercadillo, sin medir las decisiones atendiendo a su contenido y efectos reales. Cuando es la ambición personal lo que se antepone, no hay más análisis, ni política en mayúsculas, que importe. Y cuando ese es el objetivo, tampoco hay reparo alguno en desdecirse en cuarenta y ocho horas. La banalidad, la fragilidad argumental, la demagogia, el vacío intelectual y una enorme irresponsabilidad caracterizan a este Gobierno cuya actuación es meramente electoralista y de resistencia, como gusta de presumir el presidente numantino.

El problema de este esperpento es que nadie puede sentirse seguro, pues lo de hoy no vale para mañana. Es difícil entender y creer en las palabras de la señora Calvo, obligada a dar la cara en nombre de Sánchez. Decir una cosa, defenderla con pasión y volver sobre sus pasos en dos horas no es plato de buen gusto para nadie y menos para una profesora universitaria. No es malo modificar los planteamientos; eso es evolución. Pero, con una cadencia y mesura que denote convencimiento, no simple interés. Y, sobre todo, ingenio.

Nadie sabe si habrá relator, mesa de partidos nacional de izquierdas y nacionalismos, la mitad de España o si se hablará de indultos. Nada se sabe tras la rueda de prensa de una ministra preocupada solo en la escena y en desmontar las reacciones frente a su último engendro. Tiempo tendrán, piensa, para insistir y permanecer en lo suyo. Lo de ayer no vale para mañana. Y si alguien lo cree, es un ingenuo.

Sánchez debió aplazar todo diálogo a las puertas de iniciarse el juicio contra los líderes secesionistas para no afectar a las decisiones judiciales y a la imagen e imparcialidad del Tribunal Supremo. Dialogar sobre lo que constituye el núcleo esencial del juicio que comienza, es decir, la legalidad o ilegalidad del secesionismo fuera de las vías establecida, denota enorme irresponsabilidad. No entender los equilibrios entre poderes del Estado, en una democracia, descalifica a quien así se comporta. Sus prisas motivadas por razones políticas inmediatas no justifican anteponer el interés personal o de partido a una razón de Estado. Una vez concluso el juicio habrá que dialogar sobre la base de la sentencia y lo que ésta determine, de obligado cumplimiento incluso para Sánchez; pero, ahora, todo acuerdo que aparezca como coacción moral, desautorización, menosprecio al Tribunal Supremo o que se oponga a la eficacia de la sentencia que se dicte, es absolutamente rechazable. Tal vez es lo que se pretende o, sencillamente, a Sánchez no le importa. El relator ha dado al conflicto un carácter que puede ser utilizado por el secesionismo en el futuro frente a la sentencia que se pronuncie. Al fin y al cabo, ha sido el mismo Gobierno quien ha concedido, aunque fuera como propuesta, rango internacional al conflicto.

El nacionalismo le ha tomado la medida. Por eso desprecian sus propuestas, que valen lo que vale lo efímero de quien no tiene más posición que el hoy y sus previsiones. Ha caído en la trampa que le han tendido a sabiendas de que, en su desesperación, ofrecería armas de futuro. Saben de su displicencia y lo han aprovechado del modo más conveniente a las puertas de un juicio, pues han conseguido desunir mucho más a las fuerzas constitucionalistas. Saben que todo es posible si la angustia de perder el cargo le acucia.

La reacción frente a lo del relator ha sido la que no esperaba y seguramente ha perdido la confianza general. No está habilitado para gestionar un asunto tan grave como el catalán en el cual se requiere de mucha imaginación, esfuerzo, empatía y coherencia, no improvisación y picaresca; menos aún mercadeo inmediato. La crisis es profunda y afectará a generaciones futuras. No puede solucionarse poniendo sobre la mesa contraprestaciones tan elementales e inmediatas como los presupuestos. Porque ese es el problema de Sánchez: que no quiere diálogo sobre Cataluña, sino sobre sus intereses inmediatos, que confunde lo esencial, el conflicto, con lo accesorio, sus intereses. De ahí que se pueda pensar que su diálogo es mera apariencia, porque entremezcla asuntos que no pueden ser equiparados y condiciona lo fundamental a lo inmediato y particular.

España está sin Gobierno de hecho. En campaña electoral permanente. Regida cual si se tratara de un partido, no como una nación. Sencillamente, a Sánchez le viene grande el cargo. Lo saben en su partido que puede pagar caras las consecuencias de esta deriva permanente. Qué añoranza de aquel PSOE.

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