La Grande Chapelle.

Albert Recasens, director. Obras de Hidalgo, Ruiz de Ribayaz y Machado.

La palabra villancico tenía en el siglo XVII un significado algo diferente al que asociamos hoy en día. No eran canciones asociadas únicamente a la Navidad, sino que también estaban relacionadas con el Corpus Christi así como a fiestas dedicadas a la Virgen o a santos locales siendo la mayor expresión de la música, y esto es muy importante, en castellano dentro de la iglesia. ¿Qué supuso esto? Pues fue un foco de atención y de atracción para el pueblo llano que veía en los villancicos una música mucho más cercana y accesible que la que, de usual, se cantaba en las catedrales en aquellos tiempos. En un principio -se lo pueden imaginar- la jerarquía de la iglesia fue reticente a esa inclusión de música profana aun tratando temas sacros, pero la afición de la parroquia por estos y su capacidad de propaganda terminó por convencerlos de su utilidad hasta el punto que empezaron a imprimir las letras para ayudar a su difusión. Cosas del mercado, ya ven. La cuestión es que en la misma época el otro canto con lengua vernácula era el Tono que era muy parecido al villancico, pero con temática profana, generalmente amorosa. Aunque también los había de tema religioso con los que estaban los Tonos a lo humano -los de tema amoroso- y a lo divino -los religiosos-. Un lío, vaya. De cualquier manera, de unos y de otros interpretaron los componentes de La Grande Chapelle en un concierto en la Sala de Cámara en el que, como explicó el director de la formación Albert Recasens, no pudo estar presente la soprano Lina Marcela López por una afonía provocada por la combinación del jet lag y los cambios de temperatura, dos de los elementos más peligrosos que acechan a los cantantes profesionales. Igualmente, el grupo pudo llevar adelante el concierto, segundo del ciclo de música antigua «Almantiga», en el que sobresalió la frescura de la interpretación con una magnífica interpretación de la soprano Eugenia Boix «¡Ay, corazón amante!», fragmento de una gran dificultad que la soprano lleno de color, pasión y de, la tan necesaria aunque a veces ausente en este tipo de recital, teatralidad.

A destacar también el empaste perfecto, no solo de voces que se entiende como obvio, sino con los músicos con una fantástica Sara Águeda al arpa que hizo un papel sobresaliente, por lo variado y expresivo a la hora de acompañar a las voces. Con todo, el gran nivel general de los componentes nos dio una oportunidad especial para disfrutar de un grupo de referencia en la interpretación del barroco español, un barroco desconocido, pero lleno de tesoros por descubrir.