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Juan R. Gil

De camisas viejas y camisas nuevas

Mientras las izquierdas están en sus primarias, las derechas a pesar de utilizar el dedazo como sistema de designación sufren la batalla entre quienes se aferran a los cargos y quienes quieren entrar en el reparto

Entretenidos como estamos con las primarias de las izquierdas, quizá no hayamos prestado la debida atención a los dedazos de las derechas donde, al menos en los partidos hasta ahora más representativos y por lo que toca a Alicante, cunde más el miedo que la vergüenza.

¿Miedo a qué? A que la suma con Vox reste. A que la pérdida que el PP da por segura en beneficio del partido extremista sea tal que la hemorragia acabe por desangrarle y dejar su representación en la cota más baja desde tiempos de Alianza Popular. Paradójicamente, la misma angustia sufre Ciudadanos, que hace solo unos meses se veía con la Alcaldía de diferentes municipios en la mano, entre ellas la de Alicante, y que ahora teme ser la última pata de ese triunvirato que tan alegremente han ido anticipando desde que las elecciones expulsaron al PSOE de la Junta de Andalucía. Vox, partido cuyos camisas viejas en Alicante ya andan advirtiendo en redes sociales que no admitirán «arribistas», no necesita hacer mucho para ir engordando, al menos en el subconsciente colectivo: los nervios de los otros son su mejor propaganda.

El PP anda en estos días hilvanando una lista para Alicante en la que, de entrada, ya da por perdido un concejal. Pocos parecen, sobre todo si los nombres que se manejan acaban confirmándose y se vuelve a presentar una mala candidatura que desmovilice al partido y, a cambio, tampoco sea capaz de atraer a los simpatizantes, como les ocurrió en 2015, aunque aún así bastante sacaron para la escandalera que arrastraban. Para el Parlamento autonómico la situación es igual o peor. Las tensiones entre la candidata a la presidencia de la Generalitat, Isabel Bonig, y el presidente provincial de Alicante, José Císcar, de un lado, y la nueva dirección nacional del partido que encabeza Pablo Casado y que ha hecho de César Sánchez, presidente de la Diputación, su referente institucional y orgánico, del otro, se trasladarán a la confección de una candidatura donde Císcar pretende lo que parece imposible: que nada cambie, que sigan los mismos que hasta aquí han actuado como su guardia de corps a pesar de las horas bajas (por decirlo de forma suave) que ha sufrido en lo que ya es su legislatura maldita. Una legislatura en la que empezó siendo vetado en la Diputación que quería presidir y de la que tuvo que irse sin haber llegado a entrar, continuó equivocándose en las primarias para suceder a Rajoy y apostando a caballo perdedor y ha acabado viendo en discusión incluso su cargo al frente del partido en Alicante. Con esa hoja de servicios, es difícil pensar que Madrid no aprovechará para dejarle desprotegido en estas candidaturas, y de hecho él se ha preparado el camino por si acaso para volver a encabezar la lista de Teulada, donde ya fue alcalde, pero lo que está claro es que dará la batalla intentando hacer valer que el PP es justo ahora cuando más necesita de la infraestructura que él ha ido creando a lo largo de estos años precisamente porque las elecciones pueden ponerse muy cuesta arriba y para estas ocasiones es para las que toda red clientelar resulta bienvenida.

Sea como fuere, los navajazos en el seno del PP ya han comenzado y, con primarias o sin ellas, son de corte similar a los que pueden verse en otros partidos: no importan la calidad o la mediocridad de los candidatos, sino los equilibrios de poder en el seno de las propias organizaciones, situación agravada en el caso de los populares porque cada vez tienen menos puestos que repartir para el pelotón de aspirantes que no han trabajado nunca en ninguna otra cosa que no sea la fontanería del partido ligada al cargo público, que son relativamente jóvenes y que están decididos a matar con tal de seguir en el machito. Los intereses de los ciudadanos, como verán, tienen poco que ver con todas estas luchas por el poder o el sueldo.

En Ciudadanos, la situación es igual de descarnada. El nuevo partido se ha hecho viejo en una legislatura y vive en una montaña rusa de lo más estresante, donde un día está en lo más alto (el triunfo en las elecciones catalanas representó ese cénit) y al siguiente en lo más bajo. Hace nada, Cs tenía serias aspiraciones a hacerse con la Alcaldía de Alicante, como fuerza más votada del bloque de derechas, a pesar de que el PP partiera con la ventaja en las elecciones de ser el partido que gobierna el Ayuntamiento. Los populares obtuvieron ocho concejales en 2015, pero los de Rivera dieron la campanada estrenándose nada menos que con seis, que por cierto votaron al socialista Gabriel Echávarri para hacerlo alcalde, cosa que ahora les gustaría olvidar pero que ha quedado fijada para siempre en la crónica local de los despropósitos. Sin embargo, en estos momentos las encuestas le auguran un panorama mucho menos halagüeño, en el que seguirían siendo un partido necesario para que las derechas mantuvieran la presidencia del Consistorio, pero donde algunos sondeos le sitúan incluso por debajo de Vox en número de concejales.

Lo cierto es que su transitar por esta legislatura, tanto en los ayuntamientos como en el propio Parlamento autonómico, no da ningún motivo para la confianza. En Alicante, fueron los primeros en tener un caso de transfuguismo, se quedaron en solo unos meses sin representación en la Diputación, les dimitió en un verlo y no verlo el portavoz municipal y apenas se ha sabido nada de la mayoría de sus concejales. En las Cortes, lo mismo y dos huevos duros más, que dirían los hermanos Marx: tocata y fuga de su supuesta líder, Carolina Punset, más transfuguismo y una línea política incoherente y absolutamente irrelevante.

Hay algunas señales registradas en las últimas semanas que abonan esos malos augurios para Ciudadanos. Cuentan hoy mis compañeros cómo el PP, pese a atravesar aquí momentos difíciles como ya se ha dicho, les ha dado un baño a la hora de movilizar figurantes para la manifestación contra Pedro Sánchez que ambos partidos, junto con Vox, celebrarán hoy en Madrid. Pero peor que eso es que llevan tiempo ofreciendo la candidatura a la Alcaldía de Alicante y lo que hasta aquí han cosechado son negativas, lo que resulta llamativo en un partido que se autoproclamaba «perita en dulce». No sólo al PSOE le han estando diciendo no, pero el caso es que hasta los socialistas han definido ya quiénes pueden ser sus alcaldables mientras Cs sigue sin ser capaz de hacer lo propio. Donde sí tienen candidato es a la presidencia de la Generalitat. Pero Toni Cantó no despierta excesivas pasiones, lo que tratándose de un actor profesional no deja de ser llamativo. Y sobre todo no las despierta en esta provincia, donde como se ha escrito aquí otras veces es un perfecto desconocido y para la que, pese a ser una circunscripción clave en los resultados, carece de discurso ni de ganas de prepararlo. Porque eso es lo que más llama la atención cuando se observa cualquier intervención de Cantó: que parece aquejado de una enorme desgana, un tipo listo para salir corriendo si no le queda otra tras las elecciones que calentar escaño en la oposición.

El problema de Ciudadanos es que en la Comunidad Valenciana no ha tenido una cúpula de dirigentes, sino una mera cuadrilla de capataces. ¿Qué es, si no, Emilio Argüeso? Pues un señor cuyo trabajo consiste en ir y venir de Valencia a Madrid, pasándose los fines de semana por Alicante, pero que no ha fijado ni argumentario ni estrategia política alguna durante estos años, al punto de que Cs, con una formidable representación para ser un partido que debutaba, ha acabado sin pintar nada salvo como muleta de usar y tirar en la mayoría de las poblaciones importantes: Alicante, Elche, Benidorm... Y, encima, ahora que llegan las elecciones tiene todos esos sitios en carne viva y con las candidaturas sin resolver. Bonito panorama. Si las derechas están en disposición de formar gobierno tras las próximas elecciones municipales o autonómicas será por los errores ajenos, que desde luego han sido muchos. Porque hacer, no han hecho nada para merecerlo.

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