Se nos llena siempre la boca de agua cuando hablamos de las víctimas. Pero casi siempre, por no decir siempre, solo hablamos de las medidas que deben adoptarse para protegerlas más cuando surge una noticia grave, o episodios reiterados que llevan a anunciar medidas para su protección. El problema es la tardanza en hacerlas efectivas y, con ello, conseguir que sean eficaces.

Pero lo cierto y verdad es que el concepto de «víctima» es amplísimo, porque las amplias manifestaciones en las que se ejercen hoy en día las conductas violentas hacen que éstas existan en muy diversas áreas. Así, tenemos el tremendo volumen de víctimas de violencia de género, que nos sitúa al año en más de 160.000 denuncias por estos hechos, más cerca de 150 mujeres que son asesinadas por violencia de género, porque en esta estadística no podemos incluir solo a los crímenes en pareja, sino a todo hecho de matar a una mujer por el hecho de ser mujer, en aplicación de lo que dispone el Convenio de Estambul que ratificamos en el año 2014 en España, pero del que tenemos que seguir reclamando que se aplique íntegramente, como se desprende del acto de ratificación por el Estado español hace casi 5 años ya. Y lo mismo cabe decir de la violencia sexual, sobre todo en los muchos casos de abusos sexuales a menores, que en su estado de absoluta indefensión tienen que soportar hechos desde luego aberrantes.

Existen también graves hechos de violencia en el hogar en las múltiples manifestaciones de la violencia doméstica que se repiten todos los días. Hechos que son escuchados por vecinos y conocidos por amigos, pero manteniéndose un extraño silencio que lleva a fijar que solo el 5% de los procedimientos penales se inician por denuncias de terceros cuando se conocen hechos claros de violencia.

Y no se trata de meterse en la vida de los demás, sino de ayudar a quien se sabe que lo necesita. Porque lo fácil es mirar hacia el otro lado, y es lo cómodo para quien se excusa señalando que «eso será problema de ellos, no mío», o «no tengo que meterme en la vida de los demás». Comentarios que se suelen escuchar de quien no quiere implicarse en lo que son problemas de la sociedad y de quienes sufren en silencio sin que desde el exterior se les ofrezca una mano tendida para intentar salir de un infierno en el que no ve «puertas de salida». Y porque suele ser más fácil, como decimos, «mirar a otro lado» que implicarse en tender una mano a quien lo necesita.

El listado de excusas para no actuar ante situaciones de muchas personas que precisan de una ayuda es uno de los libros de mesilla de noche que tienen muchos ciudadanos hoy en día, que consideran ajeno a ellos el sufrimiento de los demás, y solo miran por su propio estatus. Lo fácil es ser egoísta. Y lo difícil en la vida es ser comprometido. Porque la palabra «compromiso» es muy complicada de pronunciar. Pero más todavía de ejecutar y llevar a la práctica. Estar comprometido con ayudar a quien es víctima es un deber de todos los ciudadanos, si consideramos que la pertenencia de todos y cada uno de nosotros en una sociedad lo es para saber que cualquier puede ayudarte cuando estés en un apuro.

Frente a ello también hemos visto, sin embargo, muchas manifestaciones de solidaridad como en el caso del niño Julen y el compromiso de muchas personas que dan su trabajo y esfuerzo desinteresado para ayudar en situaciones extremas. Y es este el mensaje y el espejo donde todos deberíamos vernos reflejados, porque son muchas las víctimas que todos los días necesitan de ayuda y precisan de compromiso social. A muchas víctimas que sufren en sus hogares, en sus trabajos con el acoso laboral, o en muchos sitios, les gustaría tener un brazo donde asirse, al que cogerse y dónde agarrarse como un clavo ardiendo. Pero solo para saber que hay luz fuera de ese túnel de sufrimiento en el que viven las víctimas. Y donde les parece que no existen puertas y ventanas por los que escapar, por los que ver si hay alguien fuera que les pueda sacar de allí.

En este escenario no se trata tanto de hacer leyes, que siempre es importante, sino que la sociedad afronte que estamos en esta vida para ayudarnos unos a otros. Y sobre todo a quien sufre. Y, por ello, asumir unas responsabilidades sociales y colectivas que nos gustaría que los demás asumieran? cuando las víctimas somos nosotros.