En el último instante, toda nuestra vida desfila ante nosotros como una película a velocidad acelerada. Esa es una visión tan incontrastable como frecuente del final cuando se invita a alguien a hablar sobre el momento definitivo. La anticipación de lo que podría ser la despedida resulta doblemente cinematográfica por tratarse de un recurso, muy gastado, de la narrativa fílmica, que además muestra la adaptación del espectador que somos a una estructura del relato que resultaría ajena a generaciones anteriores al surgimiento del cine. Pero, ¿y si, más allá de especulaciones sobre ese final, nuestra conciencia fuera como una película? Acercarse a la base neuronal de la conciencia constituye uno de los principales motores del estudio del cerebro en las dos últimas décadas. Tiene mucho de empeño frustrante en la medida en que la complejidad de la conciencia hace que sea muy volátil a efectos de su investigación. Abundan las visiones descriptivas que ofrecen los múltiples sistemas para monitorizar nuestra actividad cerebral, y que, pese al empeño de muchos autores en identificarlos como respuestas, no son otra cosa que reflejo de dicha actividad.

Dos semanas antes de morir en agosto de 2015, Oliver Sacks, a quien podríamos identificar sólo como neurólogo si dejáramos fuera buena parte de una larga trayectoria de interés por el conjunto de la ciencia y de la pulsión de contarla, dejó preparado un regalo póstumo que ahora llega en traducción española con el título de El río de la conciencia. El libro recopila una decena de artículos en los que Sacks se adentra en zonas distintas de la ciencia y sus protagonistas, desde el Darwin posterior a El origen de las especies al Freud que explora las potencialidades de la neurología, marcados todos ellos por la capacidad explicativa y la frescura de un autor ya clásico, además de la inquietud común de acercarse a la naturaleza de lo humano. La selección incluye también un artículo en el que Sacks, que ha contado su vida sin tapujos, reflexiona sobre los equilibrios fisiológicos que nos mantienen con vida a partir de los últimos intentos de atajar el cáncer de hígado que acabaría con él a los 82 años.

La elección de El río de la conciencia como título unificador enlaza con buena parte de la producción editorial del autor. La conciencia nos coloca en el centro de lo que somos o de lo que creemos ser, porque la neurología nos lleva cada vez más a asumir nuestra identidad como una construcción cerebral. «El yo es un estado funcional del cerebro y nada más, ni nada menos», sostiene en neurólogo Rodolfo Llinás en El cerebro y el mito del yo (2003). Sacks asume que «ni el arte más excelso -ya sea el cine, el teatro o la narrativa literaria- es capaz de llegar a insinuar cómo es realmente la conciencia humana». Al amparo de toda una serie de investigaciones, el autor de Despertares se apunta a la tesis de que «la conciencia se compone de momentos discretos», unidos por un flujo que «probablemente surgió en los reptiles hace doscientos cincuenta millones de años», reforzado en nuestro caso por la aparición del lenguaje, la propia percepción y «una sensación explícita de pasado y futuro». Todo ello «otorga una continuidad temática y personal a la conciencia de cada individuo». Pero «no se trata tan solo de momentos perceptivos, de simples momentos fisiológicos -aunque estos subyacen a todo lo demás- sino de momentos esencialmente personales que parecen constituir nuestro mismísimo ser».

En esta doble visión, estamos lejos de ser individualidades fraguadas y consistentes, aunque esa autopercepción nos resulte muy tranquilizadora, y debemos aceptarnos como resultado de una conciencia que fluye y unifica fragmentos sensitivos. Sacks lo resume de una forma metafórica al señalar que «somos los directores de la película que estamos rodando, pero también somos su tema: cada fotograma, cada momento, somos nosotros, es nuestro». Esto enlaza con su conclusión en otro de los artículos de El río de la conciencia, en el que aborda la fiabilidad de la memoria, cuando sostiene que «nuestra única verdad es la verdad narrativa, las historias que nos contamos unos a otros y a nosotros mismos: las historias que continuamente recategorizamos y refinamos». Somos en definitiva, nuestro propio relato.