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De los genes a la política

La reflexión del psicólogo moral Jonathan Haidt sobre los obstáculos para el entendimiento entre ideologías

El reparto de tareas entre las ciencias naturales y las ciencias sociales en el estudio del comportamiento humano ha sido objeto desde el principio de un litigio apasionante, que está resultando interminable. Los biólogos, psicólogos evolutivos y neurocientíficos proponen hipótesis cada vez más ambiciosas para explicar la trama de la vida colectiva, ante la aparente indiferencia del común de los científicos sociales. Aquellos han avanzado posiciones en este medio siglo, como demuestra la audiencia no exenta de polémica que han alcanzado Richard Dawkins, Steven Pinker, Frans de Waal y tantos otros autores menos conocidos que en número creciente buscan la explicación de la vida social en los estratos profundos de la naturaleza humana antes que en la mera racionalidad de los individuos. Algunos investigadores sociales han reaccionado al desafío que se les plantea abriéndose a considerar la influencia de las emociones, pero la mayoría no ha traspasado aún el terreno acotado donde han desarrollado su actividad. Los biólogos exponen teorías sobre la organización de la sociedad, la religión y las orientaciones ideológicas, mientras es raro ver a un sociólogo indagando en el campo propio de las ciencias naturales. Sin embargo, la confluencia es inevitable y la unidad del conocimiento está más cerca. La "nueva síntesis" profetizada con insistencia por el mimercólogo Edward O. Wilson empieza a ser un hecho. Esto es al menos lo que sostiene Jonathan Haidt, profesor de psicología moral en Nueva York, que no ha dudado en dar pasos en esa dirección tras vivir una experiencia crucial en la India, otra muy aleccionadora en la política de su país y haber ampliado la gama de sus inquietudes intelectuales y cívicas. Su primer enunciado es que la intuición está primero y la razón viene después. El individuo obedece a su intuición y recurre a la razón para justificar sus acciones. Haidt se explica mediante la metáfora del elefante y el jinete. Cuando el elefante se inclina por una opción, el jinete aporta las razones y trata de convencer de la decisión tomada. No nos importa tanto la verdad como nuestra reputación, lo que piensen los demás. Los individuos nos parecemos más a los políticos que a los científicos. Haidt es innatista. La naturaleza dibuja en nuestro cerebro un borrador con unos rasgos básicos definitorios, que podrán ser modificados de acuerdo con las vivencias. Innato no quiere decir fijo e inmutable, sino organizado antes de la experiencia. Por naturaleza, los humanos somos sociales y jerárquicos. Al actuar nos guiamos por el grupo, no por el interés propio. El voto responde a nuestra preocupación por la comunidad y no por un cálculo racional y egoísta. Ser de izquierdas o de derechas, según se abracen los cambios o se perciban como una amenaza, lo mismo que otros rasgos, se hereda. La genética provoca entre un tercio y la mitad de la variedad de las actitudes políticas, una proporción mayor que la educación. Los republicanos, prosigue Haidt, entienden la psicología moral; los demócratas, no. De ahí su desconcierto ante el voto a la derecha. La izquierda apela al jinete, la razón, cuando deberían ponerse en contacto con el elefante, la intuición y las emociones de los electores. El punto ciego de la izquierda, concluye, estriba en que pretende realizar muchos cambios sin reparar en su impacto sobre la estructura moral de los ciudadanos. Ignorar los límites que pone la naturaleza humana es el error que reprocha al comunismo y a los demócratas de su país, a pesar de reconocer a estos últimos logros importantes en las políticas contra las desigualdades. El libro de Haidt da otra vuelta de tuerca sobre la eterna cuestión de por qué hacemos lo que hacemos. Exhibe una argumentación rica en ideas y experiencias de su quehacer científico sobre los fundamentos y la extensión de la moral que desemboca en la política. Ofrece una explicación psicológica del partidismo, la polarización y la atracción de las posiciones radicales que han degradado la vida política hasta una cota alarmante. La política divide porque la moralidad humana es grupal, de manera que une a los afines a la vez que los distancia de los contrarios Y, entonces, al cabo de centenares de páginas brillantes y discutibles, de repente el texto sufre un apagón. Haidt acaba invitando a republicanos y demócratas a localizar un punto de encuentro, recuperar la conversación y practicar la empatía, para lo cual sugiere que los congresistas de ambos partidos, que un día abandonaron Washintong para residir en sus respectivos estados, retornen con sus familias, de modo que todos vuelvan a mezclarse, tengan una cordial convivencia y así vayan produciendo el capital social necesario para mantener la cohesión entre ellos por encima de las diferencias. Al final, la razón y la política son reclamadas para reparar los problemas que dejan los genes.

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