Con la excusa de una supuesta traición del Gobierno al Estado español, el Partido Popular dirigido por un Casado sobrecargado de histrionismo ha vuelto a recuperar el argumento del España se rompe y las pancartas en manifestaciones callejeras como medio para recuperar el poder perdido tras la moción de censura que desalojó a Mariano Rajoy del Gobierno de la nación. En este nuevo empeño por volver a la Moncloa utilizando cualquier arma extraparlamentaria como ya hizo José María Aznar en 1996, Pablo Casado se apoya en un Albert Rivera que sigue sin digerir la jugada maestra que llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno.

La oposición de los dos principales partidos de derechas, a los que ahora se ha unido VOX, se ha basado hasta ahora en la exageración de anécdotas producto de la gestión de cualquier Administración. El problema del Partido Popular es que por muchos errores de comunicación que pueda cometer el PSOE o por mucho que quiera sacar de contexto noticias que en cualquier otro país europeo no tendrían la más mínima importancia, el problema, repito, es que el Gobierno de Sánchez siempre estará a años luz de la corrupción generalizada en la que sumió a España el Partido Popular producto del despilfarro, el amiguismo y el tráfico de influencias y de sobres.

Olvida Pablo Casado que el partido que preside fue expulsado de la Moncloa por la insostenible pérdida de credibilidad de la que el Gobierno de Rajoy se hizo merecedor por los nuevos casos de corrupción que se fueron sumando a los ya investigados judicialmente. Fue tan grave la corrupción en el seno del PP que el hecho de que se haya sabido que desde el Ministerio del Interior se organizó una trama de policías para robar a Luis Bárcenas documentos comprometedores utilizando dinero de los fondos reservados ha pasado sin pena ni gloria por los medios de comunicación dado el hartazgo que existe en la sociedad española de las noticias de corrupción.

Las graves descalificaciones que tanto Casado como Rivera han lanzado contra Pedro Sánchez responden a las dudas sobre sus perspectivas electorales si nos atenemos a los datos que recogen las encuestas de intención de voto del CIS que, como mínimo, avisan de una dinámica en la voluntad de voto de los ciudadanos. Los que tenemos cierta edad recordamos cómo consiguió José María Aznar superar en las elecciones de 1996 al PSOE por tan sólo 300.000 votos: a base de lo que hoy día se llama noticias falsas ( fake news) y de tensionar al máximo el sistema democrático español aún a riesgo de poner en peligro la misma democracia. Esta idea no es mía. Uno de los principales participantes en el complot del Partido Popular y ciertos medios de comunicación que se aliaron para derrocar a Felipe González mediante la utilización de mentiras de todo tipo lo reconoció años después. Me refiero a Luis María Anson por aquel entonces director del periódico ABC.

Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de valorar las rápidas comparecencias públicas de Casado y Rivera una vez conocida la intención del Gobierno de Sánchez de admitir la posibilidad de un relator que intervenga en las conversaciones entre los partidos políticos catalanes, es saber si existe alguna base de veracidad en sus exclamaciones grandilocuentes. Más allá de una lógica y necesaria voluntad de reconducir al independentismo catalán al paraguas del constitucionalismo como elemento vertebrador de la igualdad social, la actitud de cualquier Gobierno que pretende ser útil para su país debe ser la de resolver problemas, los actuales y los futuros, sin importarle las consecuencias electorales que pueda tener. El conflicto que una parte de la sociedad catalana ha creado de manera artificial puede resultarnos interesado y oportunista o un modo de desviar la atención sobre los problemas que el propio independentismo ha generado para la sociedad catalana, pero en cualquier caso es un problema y por tanto hay que intentar solucionarlo. No ha habido ni una sola concesión del Gobierno de España a la Generalitat de Cataluña. Ninguna. Por tanto que una simple voluntad de sentarse a hablar sea calificada como de traición o lo peor ocurrido en la sociedad española desde el golpe de Estado del 23-F no puede tomarse más que como una broma, como una chiquillada de políticos imberbes o como una rabieta de mal perdedor.

Ha llamado la atención la salida en tromba a los medios de comunicación de los barones socialistas afines a Susana Díaz, perdedora en las primarias que auparon a Pedro Sánchez a la Secretaría General. Continúa activo en la filas socialistas un mar de fondo que amenaza con convertirse en marejada a la mínima oportunidad. Más valdría a los barones socialistas contrarios a Pedro Sánchez centrarse en su comunidad autónoma y resolver los problemas de sus ciudadanos que en crear problemas donde no los hay. Claro ejemplo de ello es el de la sanidad pública en Andalucía.