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Aitana baila

Aitana Sánchez-Gijón va a meterse en el mundo de la danza. Encontramos esta perla entre los titulares de la mañana, plagados de taxis, Venezuela, hipotecas y encuestas y ya la concentración se desinfla, sale de uno, se va por la ventana, gira en el aire y tal vez vaya a posarse en otro vecindario allende el río.

Uno imagina a Aitana bailando y no puede por menos que alabar el arrojo y la determinación de quién habiendo triunfado en un arte decide probar en otro. En España eso es peligroso, tendemos a encasillar y, si acaso y no media la envidia, a conceder a alguien que tiene talento en una cosa. En una. Mal país para renacentistas. Oiga, deje la dramaturgia que usted es poeta. Y en ese plan. El plan de Aitana (que estos días está de gira con La vuelta de Nora, la secuela de Casa de Muñecas, de Ibsen) es ponerse en manos de Chevi Muraday, Premio Nacional de Danza.

El otro día en entrevista con este periódico, contaba que le dijo a Muraday: «Me muero por bailar» y que él le contestó: «Ten cuidado con lo que dices». La animamos a descuidarse.

«Me muero por bailar» es frase emblemática, no como para soltarla a las nueve de la mañana en la oficina, en un tanatorio o en la cola del Registro Civil, que también y por qué no. O haciéndote una analítica. Mejor nos iría bailando un poco más. Con la mente también se baila. De hecho, yo mismo estoy ahora bailando mentalmente mientras escribo esta columna, que podría por tanto salir movida. El baile más horrendo es el de las erratas.

Aitana se muere por bailar y la tal noticia debería abrirse más camino entre tantos tuits, memes, fichajes deportivos y asambleas torrantes de partidos que subliman con lenguaje acartonado lo que toda la vida ha sido darle una puñalada al conmilitón.

Sabemos tanto de danza contemporánea como de deporte letón, pero le da a uno que estas cosas otorgan un revulsivo a las artes escénicas, que parecen estar siempre en crisis. De hecho, «el teatro está en crisis» es una frase que seguramente ya pronunciara Agatón de Atenas, Alejandro el Etolio o Licofrón, que por cierto era un poco cenizo el hombre y dedicó mil y pico versos a profetizar toda clase de males para Troya. Podría haberse dedicado a bailar.

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