Desde el año 1993 las Naciones Unidas decidieron reconocer la fecha del 30 de enero, aniversario de la muerte de Gandhi, como el día "Escolar de la no violencia y la paz". La iniciativa de esta conmemoración fue debida al profesor Llorenç Vidal que la puso en marcha el año 1964. Fomentar los valores de la tolerancia, el respeto, el entendimiento entre las personas, forma parte de la formación de todo ciudadano. Un mundo en paz requiere el reconocimiento de la dignidad de todas las personas. El día 10 del pasado mes de diciembre se cumplía el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En aquellos treinta artículos de la Declaración de la Naciones Unidas, se recogen los derechos inalienables inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, su religión, sexo, opciones políticas, posición social o lugar de nacimiento. En el preámbulo de aquella Declaración leemos que el menosprecio a los derechos humanos fue la causa de aquellos males que asolaron al mundo y muy en especial a Europa. Setenta años después de aquella Declaración es todavía una utopía el pleno respeto en el mundo a los derechos humanos y las libertades fundamentales. La paz nos importa a todos y hemos de pensar que la paz es obra del trabajo de cada día, que no es algo que tenemos conquistado de una vez por todas, que además nos importa a todos, a los que detentan el poder y a los simples ciudadanos. Conviene recordarlo en estos momentos en los que existe tanta insensibilidad ante las víctimas de los conflictos bélicos que asolan muchas partes del mundo. Conviene tener una actitud vigilante y activa, ante la ola que se extiende hoy día por parte de ciertos movimientos políticos que nos invitan a regresar al pasado, a retroceder en las conquistas alcanzadas en los derechos humanos y que nos ofrecen un viaje de vuelta al pasado, a un paraíso que nunca existió, solo habitado por aquellos que se sienten de la misma tribu.

Para justificar que se vive en ese mundo "ideal", tenemos que imaginar que los de fuera son enemigos a los que conviene tenerlos lejos y para ello nada mejor que levantar unas fronteras construidas de miedo. El problema de utilizar el miedo al otro como arma "política", es que se cuela por cualquier rendija y se reproduce en el interior de ese mundo "ideal" que se quiere construir. La vuelta atrás es por desgracia posible y hemos de aprender de una historia no tan lejana, en la que se construyeron aquellos "paraísos" solo compartidos por los que tenían la misma sangre, la misma lengua y la tierra en la que se vive, el lugar en el que refugiarse en la que se sentían orgullosamente aislados pensándose que eran superiores a los vecinos. No se trata de alentar el catastrofismo, pero tampoco conviene olvidar en qué acabaron aquellos cantos de sirena. Es una política nefasta aquella que busca en los de fuera la causa de los males que les aquejan. Se acercan tiempos de elecciones, las más cercanas, las locales, autonómicas y europeas. Los ciudadanos nos debemos preguntar, cuál es la significación que todo esto tiene en los planteamientos de nuestros candidatos.

El papel de la ciudad es fundamental en la construcción de un mundo pacífico. Siempre las ciudades fueron lugar de encuentro de la gente y esto adquiere una dimensión especial en nuestro tiempo, debido a la diversidad de pueblos y culturas que pueblan nuestras ciudades. La relación propia de la ciudad es la de vecindad, la de sentirse cercano al otro y una ciudad cohesionada en la que desaparezcan las fronteras interiores, ayudará a construir un mundo en paz y no podemos olvidar que Europa es un mundo de ciudades y ya se decía en la Edad Media, que en el aire de las ciudades se respiraba la libertad.