Desde tiempos inmemoriales, las insidias y calumnias propagadas desde ámbitos próximos al poder han tratado de menoscabar y destruir a personas relevantes, ya fuera por sus ideas o por el peligro que representaban para determinados intereses políticos o económicos. Los juicios promovidos por los tribunales de la Inquisición, los tristemente célebres procesos de Moscú en los años 30 del pasado siglo, las campañas del Ministerio de Propaganda en la Alemania nazi propalando falsedades horrendas para denigrar a los judíos y hacer asumible la solución final y las campañas a través de los medios controlados por el Ministerio de Información contra intelectuales y políticos críticos con el régimen franquista son ejemplos de estas prácticas deleznables que requerían un control total de los medios de comunicación por parte de organizaciones o estados totalitarios.

En los estados democráticos, afortunadamente, estas prácticas organizadas desde el poder no suelen tener lugar, pero los incontenibles avances en la revolución digital presente y la ciberfísica que se avecina han hecho posible que las campañas de desinformación y de acoso contra determinadas personas e instituciones se encuentren en manos anónimas que disponen de un poder de difusión inusitado a través de webs opacas o de redes sociales mediante una replicación incontrolada de "bots" (robots programados) que parasitan el mundo virtual. Investigadores del MIT han demostrado que las informaciones falsas se difunden significativamente más lejos, más rápido, más profunda y ampliamente que las verdaderas en todas las categorías de la información.

El anonimato que posibilitan las redes sociales ha hecho de ellas un sumidero en el que las frustraciones personales se trasforman en odios destructivos proyectados contra individuos e instituciones. Otras veces el incentivo para distribuir noticias falsas es meramente económico, ya que el tráfico hacia las páginas web que las generan se monetiza fácilmente a través de anuncios, o bien político para influir en los votantes o desprestigiar instituciones democráticas fundamentales. Lamentablemente, este inframundo de pulsiones miserables ha alcanzado el campo de la ciencia, que por su naturaleza debería estar al margen de ello. De forma que han surgido webs cuya finalidad es destruir el prestigio de científicos honestos mediante campañas sistemáticas y persistentes en las que de forma repetitiva se hacen eco de informantes anónimos, que elevan a la categoría de fraude lo que es un simple error poco relevante que no afecta a la veracidad de la investigación.

En la ciencia, como en cualquier actividad humana, existe el fraude interesado, pero éste normalmente se detecta pronto, ya que si no lo hacen los revisores de los artículos enviados a las revistas, lo descubre la comunidad científica al no poder reproducir las conclusiones de la investigación. Escribo estas líneas porque en esta ocasión el blanco de esos desalmados ha sido el investigador más preclaro de nuestra región y uno de los más destacados de Europa. El ataque a Carlos López Otín no es sólo un ataque a su persona, lo cual es sumamente lamentable e injusto, sino también a nuestra Universidad y a la credibilidad de la ciencia. La ciencia goza de un altísimo prestigio en nuestra sociedad y el socavamiento del mismo supone la quiebra de una de las instituciones clave de la civilización moderna. Sin la cobertura de la solidez y el rigor del método científico proliferarán movimientos irracionales que, como los movimientos antivacunación o las prácticas esotéricas de la medicina, harán retroceder muchos años nuestro nivel de bienestar y la confianza en el futuro. Carlos López Otín es un científico de un rigor extraordinario, como lo prueba el que haya colaborado en investigaciones clave con los laboratorios del mayor prestigio mundial y publicado en las revistas del mayor impacto científico que existen.

Pero, además, es una persona con unos principios éticos que le hacen incompatible con el fraude, con la intención de engañar para sacar ventaja personal por ello. Esto no quiere decir que, como cualquier humano, sea infalible e inmune al error. Los trabajos que le han sido retirados presentan pequeños errores formales, que por su inanidad no es el caso describir para profanos, pero que no afectan en modo alguno a la verosimilitud de los resultados y conclusiones de los mismos, nada que ver con la falta de ética y el fraude. Por ello, como también solicitó un nutrido grupo de investigadores españoles a la revista antes de retirarlos, no parece procedente la actitud de la revista, ya que en el fondo cede al chantaje y presión de los anónimos denunciantes cuando esos trabajos ya estaban validados por la comunidad científica. Craso error y flaco favor a la independencia de las revistas científicas.

Cuando ETA mataba y extorsionaba, las víctimas tenían además que cargar con el peso de la culpa en su entorno social. Calumnia que algo queda. En el mundo de las websbasura, esta vez alguien ha elegido como objetivo a Carlos López Otín por motivos que se ignoran, tal vez despecho, envidia, odio o cualquier otra miseria inconfesable. Produce indignación comprobar la vileza y la cobardía de estos individuos, que atentan contra una figura de una talla moral y científica incontestable. Hacer que instituciones o personas representativas en ámbitos hasta ahora intangibles vean destruido su prestigio sería su mayor logro, pero todos los que estamos inmersos en este mundo debemos confabularnos para impedirlo.