Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Borrar el pasado

El mundo digital alienta la falsa expectativa de que es posible cambiar la historia y empezar de cero

Un error en una vieja máquina de escribir obligaba a tirar la hoja. Se podían utilizar remedios como el típex, pero el resultado era una auténtica chapuza. Antes, en mi infancia y no digamos en la de mi padre, un borrón de tinta destrozaba el trabajo de horas y de días. Y, mucho antes, quiero imaginar, que si a un sumerio se le iba la mano con el cincel tenía que deshacerse de la piedra, probablemente sobre la cabeza de alguien. Lo escrito, escrito está. La aseveración más firme que conocíamos -según los exégetas, la expresión aparece en la Biblia 80 veces- ya es historia. Que algo esté escrito hoy no significa nada.

Es papel mojado en tiempos líquidos. Relativismo puro: Si no nos gusta lo que está escrito, se borra y santis pasquis -sancti paschae o santas pascuas-, escribimos algo diferente en su lugar. En las fugaces redes sociales, cuando nos arrepentimos de algo, lo eliminamos y punto. Es fantástico, porque permite construir un pasado a medida. Cuánto tiempo lamentándonos de decisiones erróneas. Cuántas cábalas sobre si debería haber hecho esto en vez de lo otro. No hay que preocuparse. En el mundo digital, todo tiene remedio: usted es el amo del mundo, usted decide lo que debe permanecer y lo que no. El superhombre digital ha conseguido el gran logro de la humanidad: empezar de cero cuando nos dé la gana. En política, estos avances de la tecnología han venido al pelo. Mire, si no, a Íñigo Errejón. Ha decidido abandonar el Podemos de su amigo Pablo Iglesias. Y lo primero que hace no es rectificar sus posiciones o disculparse por un posible error en sus puntos de vista. No, mucho más fácil.

Lo primero que hace es borrar sus tuits incómodos. ¿Ves esas declaraciones de incondicional apoyo al dictador Maduro? Pues ya no las ves, porque ya no están. ¿Alguna vez estuvieron? Chi lo sa? Busque a ver si las encuentra. Uno de los lugares donde más se han utilizado las máquinas borradoras ha sido el País Vasco. No hay más que ver cómo cuentan los libros de texto el terrorismo de ETA. Dicen que fue una defensa del pueblo frente a la dictadura, pero se olvidan que con Franco se produjeron 44 asesinatos y en democracia, los otros 810; el último, hace solo nueve años, más objeto de la memoria próxima que de la remota o histórica. Por casualidades de la vida, Arnaldo Otegui estrenó Twitter en marzo de 2010, coincidiendo con el último atentado mortal, y empezó a escribir otra historia, o a blanquear la historia anterior, utilizando la metáfora de encalar la pared deslucida. Qué bien le hubiera venido a políticos de eras anteriores una herramienta milagrosa como ésta, para blanquear lo que entonces se llamaban cambios de chaqueta. Imagínense a Suárez modificando con Photoshop el color de sus camisas azules; menos mal que la mayoría de las fotos eran en blanco y negro. O al Rey Juan Carlos dándole al delete a todas las imágenes de la jura de los principios del Movimiento.

O a Carrillo borrando todos los tuits entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, y arrancando de su perfil el cargo de Consejero de Orden Público. Borrar los tuits es hacer trampa y, sobre todo, hacerse trampa a uno mismo. El pasado existió. Hasta hace bien poco, los norteamericanos mantuvieron la esclavitud y nosotros, el tráfico de esclavos. Y hay que asumirlo. ¿Quién ha sido coherente durante toda su vida? ¿Quién no quisiera volver atrás y cambiar aquello que nos persigue como al Carlito de Scorsese en "Atrapado por su pasado"? Menos mal que en nuestra juventud no existían las redes. Aún me pongo colorado solo de pensar todo lo que debería borrar. En este mundo exhibicionista, se borra para los demás, porque la propia memoria es sabia y, en cada reseteo, ya descarta lo que nos estorba sin tener que eliminar las cookies. Lo malo es que seamos tan ingenuos como para creer que no ocurrió lo que ocurrió por el mero hecho de borrarlo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats