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Taxis versus Uber: vieja y nueva economía

Escuché el otro día en una tertulia radiofónica defender a una plataforma como Uber en su conflicto con el taxi tradicional con el argumento de que no se puede parar «la nueva economía».

Quienes así razonaban ponían como ejemplo fenómenos anteriores como la llegada de los supermercados, de las grandes superficies que dieron la puntilla a tantos pequeños comercios.

A lo que habría que añadir la irrupción de la multinacional estadounidense Amazon en el sector de la distribución, que ha acabado ya con tantas librerías y amenaza también con su diversificación a otros sectores a los que ha terminado expandiéndose.

No seré yo quien defienda la especulación que hacen muchos en este país con las licencias del taxi y mucho menos la violencia empleada estos días para defender esa industria frente a sus nuevos rivales.

Y, sin embargo, no deberíamos resignarnos a aceptar sin más lo que nos llega de EE UU, que es donde empezó ese fenómeno de la eufemísticamente llamada «economía colaborativa»- con el manido argumento neoliberal de que «no hay alternativa».

Un periodista económico defendía también el otro día a las nuevas plataformas porque aumentan la flexibilidad y la competencia, abaratan los precios y son en resumen, como él decía, «portadoras de futuro».

Pero es un futuro el que se nos ofrece que, lejos de liberar al trabajador -no debemos engañarnos al respecto- no hará sino esclavizarle si no se le regula antes de modo muy estricto desde los Gobiernos.

No es lo mismo que dos o tres personas se pongan de acuerdo para «compartir» un automóvil y reducir así los gastos y la huella de CO2 o que una persona alquile sólo una habitación de su casa que el negocio multimillonario de Uber o Airbnb.

Se trata en ambos casos de corporaciones con afán de lucro y claras ambiciones monopolistas que no sólo tratan de arrollar a la competencia sino también de acabar con muchos derechos de los trabajadores, conquistados a lo largo de los años a base de luchas.

«Gana mucho dinero, conduce y gana tanto cuanto quieras. Cuando más conduzcas, más podrás ganar», escribe Uber en su página web, que trata de presentar como una conquista la posibilidad de que el conductor «establezca su propio horario».

Con el argumento de la flexibilidad y la autonomía, empresas falsamente colaborativas terminan convirtiendo al trabajador en un moderno esclavo de sí mismo con cada vez menos derechos.

¿Y qué decir de Airbnb, que comenzó como una simple plataforma para poner a viajeros en contacto con gente dispuesta a arrendar por días alguna habitación de su casa, está llenando los centros de muchas ciudades de pisos turísticos y de ruido que los convierten en invivibles para los vecinos de toda la vida?

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