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Roma

"Roma" transcurre con el alma en vilo, en el ámbito de la tragedia cotidiana que es la que más nos conmueve porque no está hecha de héroes sino de gente como usted y como yo, de que esa que tiene hijos y se muere de miedo por su futuro. Y de pronto, cuando en el escenario más bonito de la historia de Alfonso Cuarón está a punto de sobrevenir un nuevo drama, el azar se muestra al fin clemente y respiramos aliviados porque por una vez la muerte ha sido vencida. Imposible ver esta película sin acordarse del pequeño Julen. El cine es a veces gigantesco: sólo esta arma prodigiosa, como la definió una vez Juan Antonio Bayona, es capaz de trasladar a millones de personas de todo el planeta los avatares íntimos de una sirvienta indígena en el México de hace 40 años. También el cine ha contribuido a internacionalizar una vez más la mezquina intransigencia del régimen de Trump, que no deja entrar al país para la ceremonia de entrega de los Oscars a uno de los actores de la película, Jorge Antonio Guerrero, con el argumento de que es un peligroso inmigrante que viene a Estados Unidos a buscar, oh dioses, trabajo. Dado que Guerrero hace de malo en la peli (es el villano que cercena las mañanas que la sirvienta ya no podrá tener nunca), a lo mejor la administración de Trump, que no se caracteriza precisamente por su inteligencia, cree que el actor real es igual al personaje que interpreta. Lo del actual presidente de EE UU también daría para una película. Cómica. Y trágica: lo que le está haciendo a Guerrero internacionaliza a su vez el drama de miles de seres humanos que también esperan a que alguna vez les dejen de cercenar sus mañanas junto a las fronteras y sus aduanas.

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