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Nadal corona número uno a Djokovic

En su visita de ayer al matadero australiano, Rafael Nadal se consagró paradójicamente como el mejor deportista español de la historia. Entre todos los tenistas del planeta, solo el mallorquín puede fabricar el espejismo de una derrota de Novak Djokovic en una final de Grand Slam.

Nadal derramó ayer hasta la última gota de sudor. Sin embargo, necesitó catorce juegos para colocarle un 15-30 al servicio de Djokovic, y acabó perdiendo el envite. Precisó 22 juegos para obtener su primera bola de break, y volvió a marrar el envite. Inexpugnable es un adjetivo alicorto para describir al serbio.

Nadal coronó número uno de la historia del tenis al serbio, pero este gesto deportivo adquirió una vertiente trágica porque la ceremonia exigía que el mallorquín se arrodillara ante su rival. En el 0-15 del cuarto juego del partido que acabaría ganando, retiró literalmente la raqueta en un rasgo inédito. En el 5-2 del segundo set, provocó un murmullo de estupefacción de los ocho mil espectadores, al no golpear una pelota que pasaba por debajo de su raqueta.

La cuarta victoria de Djokovic sobre Nadal en una final de Grand Slam, sin ninguna contrapartida en los últimos cinco años, consagra al serbio como el mejor de todos los tiempos. Ahora solo falta resolver en qué posición deja al mallorquín. Es el segundo más destacado de la historia, porque ya relegó a Federer a la tercera posición con un marcador interpersonal de 23 a 15.

Nadal es un glorioso segundo por culpa de Djokovic, que ayer no propinaba golpes sino estocadas y que arrebató a su rival incluso la rabia. Sin embargo, el serbio es el más grande del planeta gracias al mallorquín, y tuvo la honradez de reconocerlo antes de la final.

«Nadal ha sido históricamente el rival más grande al que me he enfrentado en todas las superficies. Los partidos contra él me han hecho replantearme mi juego, y me han convertido en el tenista que soy ahora». Así habló Djokovic el viernes, antes de «tratar ignominiosamente al divino Héctor». Perdón, al divino Nadal, porque solo en la Iliada encontraréis un retrato fiel de la ejecución de ayer.

Aquiles Djokovic «ató al carro a Héctor Nadal, luego picó a los caballos para que arrancaran. El cadáver levantó gran polvareda mientras era arrastrado (Serbia entera pendiente del mallorquín). La negra cabellera se esparcía por el suelo y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo».

Antes de la vuelta triunfal del rey en su carroza, Nadal lo había intentado todo. Se embarcó en la cólera de vengar el abusivo primer set del serbio, sin éxito. Revolucionó un partido académico para convertirlo en un duelo embarullado, y nada. Quiso desordenar a Djokovic elevándole las bolas para limitar los daños del bombardeo, otro proyecto fallido.

En dos horas escasas, dio la sensación de que Djokovic disponía de tiempo sobrado para hacerse un selfie mientras golpeaba inmisericorde a su rival, en tanto que Nadal había enviado su participación en la final por WhatsApp. Y el mallorquín nunca ha ejercido de robot, sino de salvaje ayer atrapado en la red social.

Nadal lleva la cruz, pero sin su efigie no hay moneda de curso legal que valga. Si Djokovic hubiera obtenido el resultado de ayer ante cualquier otro rival, se comentaría el mal estado del tenis contemporáneo. Ante Nadal, culmina la ascensión a los cielos del serbio, porque la corona que le enfundó Nadal lleva todavía las huellas del repeinado Federer.

El orden cronológico implica llegar a Nadal a través de Federer. Sin embargo, procede reclamar un respeto para quienes accedimos al suizo volador cuando fue descabalgado por el mallorquín. El retraso se debe a que nos habíamos desenganchado del tenis de Courier o Sampras, los agrocampeones que parecían jugar al tenis montados en un tractor. Djokovic pilota un jet.

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