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La parábola del mal aspirador

A mí los líderes me gustan muy líderes y mucho líderes, como a Rajoy los españoles. Me parece un contrasentido que alguien que llegue a lo alto, bien por pereza, por no remover las alfombras o sencillamente por ineptitud, pase sin pena ni gloria. Para ese plan de alforjas en casa se está estupendamente, pregunten a mi gato. No he interrogado a fondo a «Aramis», pero me da la impresión de que los felinos eligieron en un momento dado disfrazarse de medio autistas y el papel les ha gustado tanto que han preferido no liderar nada e interactuar lo justo, al contrario de los perros. Así pasa a muchos bípedos, de los que pueden decirse dos cosas, una buena y otra mala. Yo lo llamo la parábola del mal aspirador, porque lo bueno es que pasan por los sitios y no manchan, y lo malo es que del mismo modo pasan por los sitios y no limpian.

Como la mayoría de los periodistas soy aprendiz de todo y maestro de nada, pero hay una cosa de las que entiendo: de líderes. Lo de los líderes lo aprendí sin consultar tomos polvorientos y sin anestesia: puritita vida. He conseguido el discreto honor de ser «Pepito Grillo» y tocarles las narices a unos cuantos, de forma que conozco sus mañas en la intimidad más íntima y me creo capacitado para hacer una tesis del liderazgo y de su carencia. No sé si el asunto tendrá público y recorrido, pero lo mismo me pongo a ello un día de estos; notas polvorientas he garabateado unas cuantas.

¿Qué es un líder? En esencia la persona que se pone al frente de algo, genera un equipo y distribuye juego, aunque toma las decisiones en soledad después de escuchar a unos y a otros. Esa es la desiderata, pero hay líderes de otros pelajes, desde los que son tan blandos que nunca deciden por falta de criterio (para mí esos son bultos sospechosos más que guías) y los que pasan de la opinión de todos y hacen lo que les da la real gana, llamados también dictadores o autócratas (llamados así pero nunca en su presencia porque corres el riesgo de ser fusilado al amanecer). Entre dictadores y dictablandos hay una gama cromática tan colorida como el arcoíris porque muchos son los llamados a liderar y pocos los elegidos bajo los que dé gusto ser liderados.

En realidad, lo que suele caracterizar a un líder es la capacidad casi hipnótica para seducir. De esos conocí personalmente a dos que tenían la virtud de aparentar que hablaban directamente a tu yo más íntimo, estuvieras a solas con ellos o en mitad de una sala repleta: Felipe González y Adolfo Suárez. El encanto y el magnetismo -quizá el carisma- les envolvía como un aura perturbadora porque al fin y al cabo no ibas a verlos para que te llevasen al catre sino a ser posible para ponerles en dificultades que es lo que debe hacer todo buen plumilla. A mí me pasaba casi lo mismo con «Moscú», tanto al principio de conocerle como cuando trabajé con él codo con codo un puñado de años.

Luego hay tipos simpatiquísimos que sin tener cualidades de dirigentes ni pretenderlo poseen gracia y si alcanzan una alta posición explotan a modo esa virtud: hay que reconocer que Zaplana tenía encanto, igual que Lassaletta (era un gruñón que no caía bien a casi nadie, pero a mí sí, durante un tiempo) o Alperi o Castedo. Hay muchos otros a los que no les veo la gracia, pero no voy a dar demasiados detalles ni a enemistarme con conocidos que se pensarán que son la leche liderando, al fin y al cabo, el pesebre está lleno de abrazafarolas, de esos que les ríen todos los chistes malos hasta el minuto justo en que abandonan el puesto de privilegio.

Pero no se fíen de las apariencias ni consideren que el encanto personal es suficiente. Recuerden que Satán será probablemente el líder con más carisma del Universo, mucho más que Yahvé, dónde va a parar y la historia demuestra sin parar que tipos que arrastraron masas las llevaron a la ruina e incluso en algunos casos las masas les terminaron por arrastrar a ellos, miren si no cómo acabaron Mussolini o Gadaffi.

Ante la ausencia de líderes de los clásicos tenemos ahora personajillos de andar por casa en las Españas y en Alicante, porque la naturaleza rellena los huecos, tiene horror al vacío y si no hay de unos pone de otros, el caso es no quedarse quieta. No quiero hacer de abuelo Cebolleta, pero hemos pasado de tener dirigentes con fondo -lo que no evita que fueran nefastos gestores, o corruptos, o aprovechados o malos malísimos amantes del mal y del capital (ha muerto la madre de la Bruja Avería)- a sufrir ahora una generación de «desustanciaos» que calientan sillones como podían arrastrar arados, labor para la que no cabe duda estarían más capacitados porque exige menos raciocinio.

Pero ya les digo yo que prefiero los líderes sin complejos, por muy espantosos que sean sus conceptos, que los que tienen unos principios, pero si no les gustan tienen otros. Una profesora, la Constanza, me dijo una vez cabreada conmigo por algo que le había dicho, pero sin poder arremeter contra mí por mis modales exquisitos (jejé) una frase de la Biblia: «Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Cincuenta años después sigue sin hacerme maldita la gracia. Puñetera Constanza.

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