En 1836, nacía en Orihuela uno de los pintores más glorificado de esta tierra. Su vida, limitada geográficamente quedaba al amparo de varias ciudades: en un primer momento, Orihuela, donde a través de sus cielos cárdenos vio la primera luz, en la calle de la Mancebería. Después Alicante, que le dio su apoyo y le alentó en su formación académica. Luego, será Roma, viviéndola intensamente en el aprendizaje y amistad con Mariano Fortuny. Por último, Valencia en la que fue acogido en adopción y sintió el alfa y la omega de sus triunfos.

Cada uno de estos puntos geográficos, según las circunstancias que vive el artista influirá en su genial obra. Pero, el primero de ellos será como una constante que dejará en él una impronta que le acompañará siempre.

Hace algún tiempo, Julio Calvet Botella acuñó un calificativo para Orihuela, en el que condensaba toda su idiosincrasia. De tal manera, que decía de ella que «tiene alma de palmera y de poeta». Y, creo que así es para todos aquellos que tuvimos la gracia de nacer en esta tierra o que después han arribado a ella. Y, al igual que Joaquín Agrasot, nos hemos visto sumidos en sus brazos maternos de los que siempre ha emanado una aura de sensibilidad que nos ha caracterizado en todos nuestros actos. Y, para el pintor no fue menos, no pudiéndolo evitar en sus dilatados años como artista, en la búsqueda de la policromía, así como en el realismo en los personajes, paisajes y decorados.

Así, Joaquín Agrasot se ve contagiado en su espíritu elevado por aquel «alma de palmera y de poeta» llevándolo a través de sus pinceles a la tela y al papel, al óleo, o a la litografía y el grabado, impregnándolos de realismo transformado, en muchos momentos, en tierna realidad e introduciéndonos en lo cotidiano, como en «La feria de Orihuela», o en lo más profundo del carácter de los personajes a través de sus retratos, como en los «dos Trinos» (Ruiz Capdepón y Ruiz Valarino), de los que podemos disfrutar en la Sala de El Oriol de nuestra Casa Consistorial.

Al igual, que del óleo sobre lienzo que representa a la «Inmaculada», propiedad del Patronato Histórico Artístico de la Ciudad de Orihuela y que recientemente ha sido restaurado gracias al mecenazgo de la Caja Rural Central. Obra ésta de juventud que, curiosamente, aparece firmada dos veces, por lo que intuyo que tal vez, el artista al verla años después en uno de sus desplazamiento a Orihuela quiso refrendar su autoría.

Y, desde hace muchos años, más de un siglo, esa tierra que se engrandece como poeta y con la altivez de la palmera, como en muchas ocasiones ha sabido honrar a uno de los suyos. Y así, Joaquín Agrasot y Juan, en vida, pudo ver rotulada una calle con su nombre, en 1908, o recibir un sencillo homenaje en las páginas de «El Pueblo de Orihuela», en 1924, en su número extraordinario dedicado, a la Patrona de Orihuela, Ntra. Sra. de Monserrate, en un artículo acompañado por cuatro ilustraciones: «Una oriolana», su autorretrato a la edad de 81 años, «Odalisca», y otro cuadro de otra oriolana laborando como costurera, que el pintor donó a la Virgen de Monserrate para una tómbola en 1906 (año del Sexto Centenario del Hallazgo de la imagen) y que le correspondió en suerte a Pedro Rebollo Requena. En dicho artículo se decía: «Agrasot no es un pintor frívolo, mercantil como tantos otros de su época, sino hombre de estudio que reproduce la vida como la ve, resaltando en su cuadro un bello realismo».

Y después de los años, Orihuela lo ha tenido presente con varias exposiciones monográficas de su obra, y ahora es otro de esos momentos para recordarlo en el centenario de su fallecimiento en Valencia y para acercar a las nuevas generaciones a la obra de este inmortal pintor, que se vio honrado en vida y que supo enaltecer y continua ennobleciendo a su tierra natal: a esa Orihuela que, tiene «alma de palmera y de poeta».