Para saber el grado de desesperación y desasosiego que reinaba entre nosotros en los peores años de la crisis, basta pensar que un partido como Podemos logró engatusar a miles y miles de personas inteligentes y con cierta experiencia de la vida. Se comprende que los líderes de Podemos -con su retórica de buenos y malos y con su insolente arrogancia casi juvenil- sedujeran a los electores más jóvenes que tenían unos conocimientos bastante limitados de política (y del género humano), igual que a miles de trabajadores y de empleados angustiados por la crisis, pero yo conozco empresarios, abogados, catedráticos, todos con hijos, todos con buenos empleos y buenos sueldos, que votaron encantados a Podemos confiando en que las soflamas cargadas de retórica -y de nada más- pudieran arreglar en un pispás un país corroído por la crisis económica y por la quiebra moral. Eran los años de las tarjetas «black», del rescate de las cajas de ahorros y del contagio del ébola en un hospital de Madrid, que los hábiles propagandistas de Podemos, a través de su uso magistral de las redes sociales, supieron cargar al «PPSOE corrupto», igual que los estropicios de la banca pública -es decir, controlada por políticos y sindicalistas-, que ellos supieron convertir en crímenes intolerables del neoliberalismo genocida (reproduzco los belicosos eslóganes con que lograron apoderarse del discurso público). Por alguna razón, sobre todo gracias a la ayuda de los medios de comunicación -Podemos llegó a tener dos cadenas de televisión a su servicio-, esta forma de hacer política caló muy bien entre nosotros.

Que esta confusa mezcla de bravatas y de griterío adolescente, mezclada con consignas de asamblea universitaria de los años 70 (sé de lo que hablo, me tiré muchas horas participando en esas asambleas), llegara a fascinar a los buenos burgueses que tenían sueldos por encima de los 60.000 euros anuales es uno de los grandes misterios de nuestra época. Comprendo que votaran a Podemos los jóvenes sometidos a unas condiciones laborales próximas a la esclavitud, o los muchísimos parados que cada día iban a hacer cola frente a las oficinas de empleo. Pero el encanto «boho-chic» de Podemos también sedujo -y de qué manera- a los buenos burgueses que tenían casonas blasonadas y yates y residencias de veraneo e hijos estudiando en universidades privadas de EE UU. Supongo que fue la fascinación por lo esnob, junto con el deseo de creerse más jóvenes de lo que en realidad eran. Para los mayores, votar a Podemos era una especie de elixir de la eterna juventud. Y para los más jóvenes, era una especie de experiencia religiosa que proporcionaba la cálida protección de un grupo y de un credo. En tiempos de vacío moral y de devastación social, un partido como Podemos venía a representar el papel de los predicadores evangélicos en los países del Tercer Mundo: ofrecían rabia y consuelo, el fuego del infierno para los enemigos y la confortable superioridad moral para los adeptos.

Como pasa en todos los movimientos revolucionarios, de los fundadores de Podemos ya sólo queda uno que siga ocupando el poder en la organización. Los demás han dimitido o han sido expulsados o han preferido abandonar la lucha. Pasó en la Revolución Francesa - Robespierre hizo guillotinar a Danton y a los girondinos-, y pasó en la Revolución Rusa -en 1938, casi todos los que portaban el ataúd de Lenin habían sido condenados a muerte por Stalin-, igual que pasó después en la Revolución Cubana, de modo que no puede extrañar que eso también haya acabado pasando en Podemos, aunque haya sido a una escala mucho más modesta. Y ahora, si se va Errejón, el cisma es insalvable, así que el partido -o el movimiento, más bien- se partirá en dos. Ya no habrá dos izquierdas, sino tres, igual que le ha pasado a la derecha.

Nos guste o no, el partido del cabreo, el partido de los enfadados e indignados ya no es Podemos sino Vox, otro partido que ofrece retórica, soflamas, amenazas y odio a raudales, igual que hizo Podemos en sus inicios. Y otro partido, ojo, que se mueve muy bien en las redes sociales, lo que indica que va a tener un protagonismo muy parecido al que tuvo Podemos en sus días de gloria. Y mientras tanto, el centro político está cada vez más debilitado y desconcertado, obligado a bascular entre los dos extremos gritones e histéricos que compiten por ofrecer soluciones falsas para problemas muy complejos.