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Palabras y silencios

Es un libro abierto sobre el oficio del actor a través de su perspectiva, como forma de ser y estar. Pero él no es solo un hombre de teatro, sino una persona culta y elevada de espíritu que se mueve bien por los avatares de la filosofía oriental, un vehículo que, unido al arte escénico, alimenta para crecer interiormente y superarse. Todo ello enriquece aunque el bolsillo no se enriquezca. La visión de José Luis Gómez no es compartida, tal vez, por todos los que se dedican al mundo de la escena y del cine. Este es su modo de pensar, vivir y actuar. Y se le aplaude por ello al actor de Huelva, formado teatralmente en Alemania y París. En 1971 vuelve a España y progresa ejerciendo de director, intérprete y productor. Entre otras cosas, se hizo cargo del Centro Dramático Nacional y del Teatro Español, y actualmente es miembro de la Real Academia Española y director del Teatro de la Abadía. Una de las películas proyectadas en las IV Jornadas profesionales del cine español de la Universidad de Alicante, La isla del viento, de Manuel Menchón, tiene el protagonismo de José Luis Gómez, quien interpreta a un Unamuno exiliado en Fuenteventura, en 1924, por sus discrepancias con el dictador Primo de Rivera. Bajo el título de La interpretación, el director académico del Máster de Arte Dramático de la UA, John Sanderson, y el profesor Pollux Hernúñex presentaron una charla coloquio con el expresivo y sereno Gómez. Un «tesoro viviente», dijo Hernúñez, y un «artesano» de la palabra y del gesto. O un «alquimista» con la magia del lenguaje y de su transfiguración, además de un «gran cocinero» en casa y en el arte con su sabia mezcla de ingredientes. Cuando acaba de cumplir 80 años. José Luis Gómez no pensó en la fama, a diferencia de muchos que la buscan principalmente. Habla de ese milenario veneno del teatro, de la evocación de imágenes mediante la voz y el cuerpo. Del lenguaje como plástica y musicalidad. De la sensibilidad y energía de la creación artística, un acto espiritual que contribuye al desarrollo más completo del individuo y a componer la consistencia del alma. Dos horas antes de salir a escena, José Luis Gómez se limpia por dentro, deja las interferencias y calienta motores. El proceso de interpretación lo tiene automatizado a estas alturas. El físico es el soporte de la parte psíquica, y asegura que el público, más que simplemente oír, debe ver lo que escucha. Esta conferencia ha sido un buen ejemplo. El actor es un mediador entre el libreto y los espectadores. Y el escenario es el proyector. A los estudiantes de teatro les aconseja aprender las bases del oficio, que obliga a cuidarse y no cometer excesos. Habla de la capacidad de respiración y atención conscientes, y comentó la obra que ya hemos visto en el Arniches de Alicante, Azaña, una pasión española, un intento más de mantener viva la memoria histórica. José Luis Gómez controla los silencios magistralmente.

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